lunes, octubre 25, 2010

Crónica de Panamalandia


En Ciudad de Panamá no hay librerías. O hay una. Dos tal vez. Hay pocos museos, exceptuando los que hablan del canal en sus distintas vertientes. Hay un mundial de piano del que me enteré, porque comí con una pianista. No hay cien obras de teatro al día, ni ciclos de documentales de países con idiomas desconocidos. No vi danzas en las calles, ni pintores retratando nada.
Pero hay verde. Grueso, extenso e intenso verde que lazarea cada comienzo de estación húmeda (lo que nosotros llamaríamos "invierno" acá). Que surge como un milagro luego de una estación seca que seca todo; todo, menos el canal, por suerte.
El canal y sus exclusas bien resumen la historia de este país. Exclusas y aguas que suben y bajan, barcos que entran y salen, llevando, trayendo, sacando, mostrando. Estados Unidos como el gran hermano, mirándolo todo. Sí, todavía ahora, cuando han pasado once años desde que Panamá recuperó el control del canal.
Los panameños son amables, hablan fuerte, pero miran desconfiados. Hay un silencio frente al blanco extranjero. Cuando ven que hablo español nativo, cambian la expresión a una más relajada.

Hay muchas 4x4. Diría que todos tienen una. Y que si no tienes auto, tienes que tomar los llamados "Diablos Rojos". Unas micros, como las que habían en Santiago antes de las micros amarillas; entiéndase, la Recoleta Lira, la Macul Palmilla, la Portugal El Salto. 20 años atrás. Les ponen de todo encima: luces, balizas, guirnaldas, santos, alas de tiburón, parachoques impenetrables. La frecuencia de los diablos rojos es tan incomprensible e inesperada, que es bueno optar por el taxi. En el taxi escuchamos música, si pudiera describirse sería algo así como tropicalmerenguehiphoptecnodance. Hay un locutor que habla encima de las canciones, con risas falsas; igual que las radios de los taxistas chilenos. De pronto un locutor panameño habla del minero que tenía una esposa y un amante. Le ponen un tema. Como el Rumpy. No sé de dónde sacan que somos tan diferentes al resto de lationamérica, ¿Es q no toman micros, taxis, no entran a cocinerías, terminales, barrios de mercado?
Nos abrigamos al entrar a cualquier parte: el taxi, el mall, el café. Porque tener frío da status. Entonces gastan mucho dinero en el aire acondicionado, y más dinero en el cobertor de plumas de la cama king. En el mall vi parkas. Botas también. Mis pies con la temperatura del mall se sintieron como tocando el agua de los ríos del sur chilenos. Paralizados del frío.
Al salir y respirar la humedad que te roba todo el aire, me acuerdo que una vez entrevisté un exiliado chileno que tuvo como primer destino Ciudad de Panamá. Me contó que llegaron con bototos directamente desde los campos de concentración de la dictadura. Allá les dieron guayaberas y sandalias que usaron en un principio con pudor.
Entrando al Casco Antiguo, me acuerdo de Valparaíso. Un centro medio abandonado, comenzado a ser restaurado por artistas y hoteles boutique, que buscan anhelantes rasguñar la historia, antes que la naturaleza, la humedad, la sal y la pobreza, se la lleve por completo. Está la catedral. Frente a la plaza. Como sucede en América Latina. Pero esta es la más original que he visto: su fachada está pixelada en piedras de distinto verde. Es como el caparazón de una tortuga. Tortuga tropical que resiste todo tipo de embates del tiempo y los años.
En el Patronato de Panamá Viejo hay ruinas. Indígenas Kunas circulan envueltas de sus bordados, esas especies de polainas coloridas que me hacen tropezar por no mirar al frente. Venden sus cuadros, estuches, aros, y cachureos a los turistas. Veo una madre que hurguetea la cabeza de su hija y me acuerdo lo graciosa que es la palabra pediculosis.
Entre las ruinas del Panamá Viejo se asoma turgente una torre. Una torre de una iglesia que no existe más que en la proyección de piedras cubiertas de musgo verde. Desde la torre está la vista que te hace suspirar por Panamá. Por su historia devorada por pestes, sol, lluvia, la humedad invencible. Por los bailes que enredan el poderío yankee, la macumba, el colorido y grito de sus pájaros. Es una bella cintura, apenas un botón de lo que escurre por esta américa espumosa y hermanada por la historia y los océanos que la rodean.