Estoy terminando una maestría en una institución kafkiana:
almacena toda la programación, sin parar 24/7 de televisión y radio
francesa. ¿Por qué no seleccionan?
Porque un algoritmo, les dio por resultado que seleccionar era más caro que
almacenar todo sin cortes. Luego, se
podrá buscar según día, hora, canal, medio, lo que se requiere para diversos
objetivos.
La experiencia ha sido maravillosa, agotadora y una
inmersión absoluta en lo que significa manejarse en la era digital de hoy, mañana
y con vistas a pasado mañana. Pero
tampoco tan lejos.
La era digital nos ha vuelto kafkianos a todos. Somos almacenadores de cientos de miles
de fotos, de videos, de textos, de cientos de archivos, que no sabremos si
podremos leer en veinte años más, como podemos hoy leer las cartas escritas
hace cinco siglos. Los símiles a
los paleógrafos en la actualidad, recién estamos comenzando a nacer, pero no
viviremos para siempre, y la proyección de los sistemas de migración digital,
son un desafío día a día. Tampoco
es el Apocalipsis. Los escribanos
de hace cinco siglos, tal vez tampoco imaginaban que los humanos, con ingenio y
trabajo, nos las arreglaríamos para leer sus manuscritos públicos y privados,
descifrando, como alguien se romperá la cabeza en un siglo más, para descifrar
un archivo XML normalizado. Quién
sabe.
Pero hay algo que me da vuelta dentro de toda esta historia:
nuestra cabeza.
La capacidad impactante de captar (consciente o
inconscientemente), clasificar, asociar, nombrar, almacenar de nuestras
cabezas. (Y usar esa misma cabeza
para tratar de entenderlo, termina siendo siempre –tal vez felizmente-
limitado). Las bases de datos más
desarrolladas no hacen más que intentar imitar -vaga y torpemente- el funcionamiento de nuestros lóbulos,
sistema neuronal y sinapsis (que me perdonen los neurólogos, pero no soy
especialista en el tema).
Y no quiero pecar de nostálgica, pero con tanto
almacenamiento Cloud, disco duro, dropbox, Drive, servidores monstruosos, etc,
nos olvidamos que hace quince años, nos sabíamos todos los teléfonos de
nuestros cercanos de memoria.
También sus cumpleaños.
También sus direcciones, sin necesidad del gps encendido 24/7.
Por cierto que no estoy de acuerdo con la memorización sin
sentido. Pero la memorización
conlleva en si misma también un sentido: es una herramienta siempre a mano,
cuando no hay luz, cuando se descargó la batería, cuando los sistemas se
caen. Si cuando niños aprendimos
que 3 x 3 era igual a 9, siempre –salud mediante-, tendremos nuestra memoria a
mano. Un servidor fiel, que nos
acompaña 24/7, y que no debemos olvidar tener en movimiento, en medio de la
externalización de la memoria. La
importancia de las imágenes que están almacenadas en nuestros smartphones,
tienen sentido porque recordamos dónde las registramos, con quién estábamos, y
qué sonidos, olores, recuerdos y sensaciones nos trae volver a mirarlas. No nos olvidemos de eso. Sin nuestro servidor mental, no somos
nada.