jueves, marzo 26, 2009

Corazón de UCI



Acabo de terminar de leer un reportaje de Carla Gardella y Magdalena Andrade (con fotos de Carla Dannemann), sobre los lazos que se generan en la UTI, específicamente las pediátricas. Esto claro, a propósito de Felipe Cruzat, el chicuelo que lucha esperando un transplante de corazón.

Y me acordé de lo que sucede en aquel espacio. Me conmovieron las palabras de los padres y los profesionales que intercambian corazones (pero otro tipo de corazones) en los pasillos y salas de espera de las clínicas y hospitales.

Los recintos hospitalarios siempre han sido un tema particular para esta humilde blogguera.
Pasé semanas en ellos cuando chica; Bronquitis interminables y un ductus arterioso que provocó que mi lugar de bautizo fuera el hospital, y no una iglesia, son las principales razones de largas estancias (y quizás no tan largas, pero así las recuerdo) en recintos hospitalarios.
Recuerdo amiguitos con los que pintaba libros, y que no tenían pelo (jamás me pregunté porque no tenían pelo; luego me enteraría que eran pacientes de oncología infantil). Las malas comidas del hospital. Las visitas de mis papás tratando de ocultar la tristeza de dejarme llorando en una camilla. Todo eso hizo crecer una especie de fobia pseudocontrolada por recintos de salud.
Incluso para hacerme exámenes rutinarios, me temblaban las cañuelas con sólo ver un ambiente hospitalario. Ni hablar si por ahí se colaba un poco de olor a cloroformo.
Eso hasta que nos tocó, a mis amigas y a mí, compartir durante unas cuantas semanas la sala de espera de una UTI. Y fueron largas las horas, y buenas las conversaciones. Y conocimos familiares que llevaban meses yendo incansablemente a ver a su ser querido.
Y es que son lugares extremos. Donde la humanidad se cuela por todas partes.
Espero que la suerte de salir medianamente rápido tanto de la sala de espera, como de la camilla, siga acompañándome.
Mientras tanto, no puede deshacerse el nudo en la garganta que me provocaron estas frases:

"...Y cuando Renata murió, hace cuatro meses, Marcela le avisó a Jeniffer (ambas madres que se conocieron en una UCI pediátrica).-
'- No pude viajar al funeral porque estaba en Calama y no podía dejar a mi hija sola, pero hablamos toda la noche. Lloré durante toda la conversación, porque no podía estar con ella, darle un abrazo, ver a la Renatita - recuerda Jeniffer.
Por eso, ahora que está de vuelta en Santiago, ha aprovechado para llamar a Marcela y ver si podrán juntarse una vez que Amiel esté de alta.
- Tengo un libro para Amiel donde le cuento todo lo que ha pasado. Ahí le recuerdo que tuvo una amiga que se llamaba Renata, y que fue parte de su vida. Siempre le digo a Marcela que Amiel tiene un pedacito de Renatita en ella, por todas las cosas que vivieron juntas'.
*Foto de Carla Dannemann

2 comentarios:

Daniel. Te invito a visitar http://eldeportero.wordpress.com dijo...

Es cierto, en las UCIs se forman lazos bastante fuertes entre los familiares de los pacientes, se da un ambiente bien especial.
Saludos

Juan dijo...

Un mundo distinto es el que se vive ahi, donde la nocion del tiempo cambia, cambia la percepcion de la realidad y de nuestras relaciones.
Saludos