martes, octubre 09, 2012

Taxi


Después de un verano mirando la otra costa y sintiendo altas temperaturas desde la madrugada, ya volví a París.  La ciudad que elegí para vivir hace tres años que han pasado intensamente rápido.
De vuelta a temperaturas más bajas, a lluvias sin el escándalo maravilloso del trópico, al reencuentro con los amigos, con la ciudad, los museos, los cafés y claro... el estudio (a eso vinimos!), me he encontrado con una nueva sensación reafirmada.  Perdone usted lo autorreferente no? pero bueno, este es mi blog al fin y al cabo.
Esta sensación puede resumirse en la siguiente escena.  Está Usted en una simpática reunión de amigos, o en una fiesta bailando, y de pronto ya siente que se le acabó la batería, que quiere volver a su cama, tibia, con media luz, mientras se pone el pijama y se lava los dientes.  Entonces se despide, agradece le comida, el baile, la compañía y la conversación y se enriela a tomar un taxi.  Cuando se sube, puede conversar o no con el chofer, descubriendo un poco de su historia, o tal vez sólo mirando por la ventana la ciudad semi-vacía, brillante por los adoquines mojados. El taxi la trae a casa, y la escena antes descrita se desarrolla: el ritual antes de dormir, y cerrar los ojos agradecida.
Esa es la actitud, a todo nivel, que me está acomodando tanto ahora.
Ya no tengo ganas de buscar el noctilien (bus nocturno que circula por París), ni caminar horas sola o acompañada, capeando el frío.  Tampoco de un after-party que dure hasta el desayuno (o almuerzo) del día siguiente.  Por ahora no quiero demorarme más de lo que puedo demorar en un taxi a casa.  Lo de exprimir la noche lo he hecho bastante, y tal vez seguramente lo vuelva a hacer.  Por qué no.  Esto no se trata de un viejazo etáreo.  Se trata de la actitud.  De las ganas de no volver a tener frío innecesariamente.  De cuidarse el cuerpo, el tiempo, el sueño, el corazón.  De sentirse en territorio seguro.  En esta ciudad, que ya es mi hogar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sozinha..?