domingo, septiembre 06, 2015

Milena

Milena –coincidimos todos quienes la conocimos- era muy especial. Abrazaba cactus, esos que nadie quiere tocar por miedo; irradiaba una luz que no es muy común encontrar. Fumó sin parar muchos años. Debe ser que debía equilibrar la sensibilidad extrema de una persona como ella, con la cantidad de durezas con las que hay que lidiar día a día en este mundo.  Milena se movía por amor. Por amor a la vida, a sus compañeros, a la música, a la realización de proyectos conjuntos. Y no había que conocerla mucho para saberlo.  No fui amiga íntima de Milena. La vida nos cruzó unas veces. Es por eso que no puedo siquiera imaginar el vacío que deja en sus más cercanos. Porque hoy cuando me enteré de su partida definitiva, me saltaron sin control las lágrimas. Y me pregunté por qué. Y revisé los correos que intercambiamos alguna vez para hacer unos vídeos que finalmente nunca llegamos a hacer. En su último correo me decía “No era el momento, ya haremos cosas hermosas, disfruta mucho París”.
Lo que sembró Milena germinó. En el alma de quienes se cruzaron con ella: amigos, cercanos, las decenas de músicos –entre ellos mi hermano- que recibieron su apoyo para seguir en el camino pedregoso que es dedicarse al arte.
Le pregunté a mi hermano por sus restos, siento una profunda necesidad de despedirme de ella, de decirle que la acompaño en este tránsito donde al fin descansará en paz después de una larga enfermedad. Pero mi hermano no sabe. Entonces le digo que prenderé una vela y pondré flores en su nombre.  Ella las recibirá donde esté. Porque así fue Milena, una luz que hoy sigue siendo parte del aire.
Ya nos encontraremos un día querida Milena. Para hacer cosas hermosas como tú me dijiste. Como todas las que tú hiciste en este paso por la tierra, haciendo de ella un mejor lugar para los que te rodearon ¡Bon voyage!

lunes, agosto 10, 2015

Infancia



La servilleta aceitosa-ambar-naranja en el bolsillo del delantal del colegio, por la sopaipilla enviada para la colación.

viernes, agosto 07, 2015

La lluvia y el Regreso del Río



Créditos del vídeo: Hugo Miguel Fernández Flores, publicado vía Facebook el 07.08.2015

Escribo esto mientras miro por mi ventana empañada la Cordillera de los Andes, también empañada, por la tormenta de lluvia y viento que en Santiago y varias otras ciudades de Chile ha sucedido desde ayer.
Antes que este milagro -que ya ha traído consecuencias porque las ciudades nuevas son hiperbólicas y sobre-reaccionan a una lluviecita de la que los sureños se ríen- estábamos ahogándonos.  Pero no sólo de contaminación.  Sino que -y lo conversé con varias personas- parecía que la falta de lluvia nos tenía ansiosos, medio deprimidos, medio histéricos a varios.  Y ahora, cuando escucho la lluvia cayendo en el techo, entiendo por qué.  Tuvimos que pasar una sequía para festejar la lluvia de esta forma.  Así somos los seres humanos. De memoria corta.  La lluvia hace que te quedes en casa si no es necesario salir.  Que converses un café caliente o una sopa con tu círculo en un lugar calientito. Que se te despierte la bondad por aquel que está pasando frío o se le está mojando la casa.  Hace que sobresalga nuestro ingenio para tapar goteras, arreglar filtraciones, descubrir cuál es el enchufe que está haciendo corte circuito (me pasé la tarde ayer averiguando esto).  Como si fuera poco, nos saca de las rutinas: se suspenden eventos, se corta la luz y estás obligado a leer ese libro abandonado, a prender velas, a conversar, o simplemente a dormir o mirar el techo.  Eso es lo que nos tenía así: nos faltaba la detención y el recogimiento al que te obliga la lluvia.
¿Cómo es que siendo habitantes de grandes ciudades hemos olvidado por completo nuestra conexión con la naturaleza? Ya sé que la pregunta es cliché y se debe estar escribiendo mil veces por minuto este mismo instante.  Pero no por cliché es una pregunta inválida o menos cierta.
Ayer en televisión mostraban archivos audiovisuales (L) como trayendo la memoria histórica reciente de "sí, en Santiago llueve, el río antes se salía y se llevaba casas, que era peor". Y un señor que vivía en el borde del Canal San Carlos (un canal que atraviesa Santiago de sur a norte), decía algo así como "El canal se porta bien conmigo para las lluvias.  Ahora si quiere salirse, se sale no más, y ahí es mejor arrancar".  Es lejos la frase más sabia que he escuchado en semanas.  Tiene la misma lógica de la pregunta que se hacía una machi (maestra espiritual mapuche) una vez que visitó Santiago: "La gente pasa por aquí (por el puente sobre el Río Mapocho) y nadie lo saluda".  La soberbia de nosotros los seres humanos no tiene parangón en la naturaleza.  Quien sólo usa lo necesario para enseñarnos cuánto nos pasamos del límite abusando de ella.
Fue este vídeo lo que me inspiró a escribir este post.  Lo subió Hugo Fernández.  Es de Cabildo, una ciudad de la quinta región de Chile; Un acierto maravilloso donde el río es recibido -literalmente- con los brazos abiertos de pura emoción (ya pueden ver lo seco que estaba ese paisaje).  Miren la simpleza.  Pareciera que el río los acariciara a todos.  A la tierra, a los amigos que salen a recibirlo y hasta parece que saludara a la cámara diciendo "¡Ya volví!" Sabemos tan poco amigos y amigas.  Comenzar cuesta poco.  Enterarse de la geografía del lugar donde vive por ejemplo ¿Qué ríos tenemos? Cultivar una plantita en el balcón para saber su reacción ante el sol, la lluvia, el ambiente.  Mirar la montaña, el mar, el cielo. Detenerse unos minutos. Disfrutar la lluvia.  La naturaleza no es ni nuestro supermercado, ni nuestra enemiga.  Somos parte de ella.  Nos abrazamos constantemente. Tal como este amigo salió a abrazar el regreso de su amigo el río.

miércoles, julio 08, 2015

Chile: cines, caceroleos y la búsqueda de la esperanza perdida

Un amigo me reclamó porque dice que lee mi blog y hace siglos que no publico.  Y es cierto.  Desde mi último post, cuando llevaba poquito tiempo de regresada a Santiago de Chile, ciudad en la que crecí y viví hasta que me fui a buscar rumbos nuevos a Europa por unos años. 
Entonces me puse a pensar en qué podría escribir.  Podría ser para odiar públicamente las cosas que sigo odiando de esta ciudad y este país en el que me siento luchando con gigantes de acero: nos estamos ahogando porque el plan de descontaminación de la capital se fue a la basura hace años, porque no hay aborto (ni siquiera si te violan), porque si tienes el pelo corto te tildan de lesbiana, porque cuando vas a una entrevista de trabajo te preguntan si eres casada, si tienes hijos, de qué colegio saliste, antes de fijarse que te has partido el lomo estudiando y trabajando en lugares en los que has aprendido mucho.  Podría también odiar las desigualdades de Chile.  Decir que hace una semana un grupo de señoras bien vestidas fueron a golpear la olla porque encuentran que la delincuencia les perturba la paz de los barrios en los que les cuesta tan caro vivir.  Golpearon la olla y olvidaron dos cosas: que golpear la olla nació como una protesta de mujeres que no tenían que echarle a la olla hace muchos años atrás, y que, en segundo lugar, el caceroleo de las señoras de clase más acomodada de Chile es el ícono más recordado de las protestas que derrocaron al gobierno de Salvador Allende en 1973.  Por lo tanto me parece un error, o al menos una falta de creatividad abismante, volver sobre esa misma forma de acción. 

Mejor hablemos de películas.  Con esto de los caceroleos ABC1 recordé ese diálogo de la película noventera de Orlando Lübert “Taxi para Tres”, donde el personaje de Alejandro Trejo le dice a los ladrones “¿Por qué no van a robarle a los que tienen? ¿Allá para arriba?” y entonces aparece la imagen de Gómez-Rovira desde la ventana del taxi, mirando hacia arriba los rascacielos de Sanhattan, camino a robar una casa de ricos chilenos.  Les va pésimo.  Porque son inexpertos.  Pero han pasado los años y la profecía de Lübert se cumplió.  El flaite chileno ya no sólo le roba a la vecina por angurriento de pasta base.  Hay una casta de ladrones que se profesionalizó (no hablaremos de las  boletas y la evasión tributaria aquí que da para otro post), y se atrevió a cruzar el cerco eléctrico, la Plaza Italia hacia arriba –bien arriba-, y el miedo de que el rico pudiera pillarlo.  Porque ahora le da lo mismo.  No tiene nada que perder.  Nada que no haya vivido antes: cárcel, penurias, maltrato, frío, oscuridad.  Entretanto, el barrio alto se llena de más rejas, y compra más cámaras HD, contrata más guardias –que llegan en micro a barrios que apenas tienen veredas para que caminen seres humanos-.
Otra película: Crónica de un Comité, ganador de FIDOCS el año pasado.  Asumo que no me gustó mucho.  La encontré poco prolija.  Pero es una buena crónica de esto mismo que estoy hablando.  Una crítica punzante a un sistema de mierda que nos tiene en silla de ruedas y tarde o temprano nos va a matar.  De hambre, de sed, de rabia, de pena.
Esto no es nuevo.  Claro que no.  Son imágenes repetidas.  Seguro uds. también pensaron en las señoras de lentes reclamando por los “comunistas asquerosos” en una secuencia de La Batalla de Chile de Patricio Guzmán.  O en la re-creación de lo mismo en Machuca de Andrés Wood.
¿Qué vamos a hacer? ¿Ir a tomar algo al café con piernas o hacernos un arreglito físico de mala calidad, ambas imágenes que aparecen en La Buena Vida del mismo Andrés Wood? ¿Darnos un balazo como alguno de los personajes de las películas de Larraín?  Puede ser.  O no. Es cosa de suerte o circunstancias. 
Busquemos otra película menos terrible.  Maite Alberdi ha llenado salas en todo Chile emocionándonos con este grupo de veteranas de La Once, que han sobrellevado lo mejor posible y con una dignidad maravillosa su vida y su vejez.  Les tocó vivir la época en la que las mujeres mejor que opinaran poco.  O nada mejor.  Cuando las infidelidades matrimoniales era mejor dejarlas pasar a favor de una vida estable y socialmente feliz.  “¿Qué prefieres tú?” –le pregunta una amiga a la otra- “¿Ser engañada, o quedar viuda?”.  Resulta tan chistosa como pasmante la pregunta, y la extrapolo a la sociedad en que estamos viviendo ahora: ¿Qué prefieren ustedes? ¿Seguir comprando y haciendo como si nada, o asesinar toda esa primera capa que oculta la podredumbre de una sociedad de seres abusados, corrompidos, desesperanzados?
La copa América fue ganada por seres humanos a los que Chile no les dio nada queridos y queridas.  La pelota fue defendida por un pitbull que le perdió el miedo a todo cuando le pusieron una pistola en la cabeza en una cancha en Conchalí.  Por un cabro chico de Tocopilla que no tenía por dónde salir triunfador.  Por un cabro que hasta el día de hoy choca su Ferrari porque la enseñanza de los límites le llegó tarde.  Cuando más cuesta aprenderla.
Pensaba en una película para terminar.  Pero no se me ocurre.  Porque la idea es terminar con algo esperanzador, y el chileno es pesimista por naturaleza (¡Cómo te extrañamos Raúl Ruiz!).  Tal vez esas películas nos falta filmar. Películas que hablen de la esperanza.  O que al menos se rían de todo esto. Que encuentren en la misma tragedia, la solución para no ahogarse en medio de tanto smog, clasismo, sectarismo, y todos los is(t)mos de esta removida y angosta faja de envidia. Como la llamó Joaquín E. Bello hace como cien años atrás. 

lunes, marzo 17, 2014

Pelicorta

Hace unos días fui a una discotheque de balneario playero con amiga.  Amiga encontró amante, por lo que de un minuto a otro me vi sola en el lugar.  La verdad de las cosas, es que yo quería estar en mi cama, con un guatero y una película, tal como estoy ahora. Pero supuse que para amiga no era el mejor panorama estar en noche romántica, con la amiga en el cuarto del lado.  Entonces me propuse pasar un rato en la discotheque, al menos mientras pasaban un par de horas.

Ya era bastante avanzada la noche y todo el mundo estaba fundido en la euforia de la noche, el alcohol, la música fuerte, el verano y el baile.  Entonces me puse en el sector mirador, ese sector donde siempre se posan los hombres, cual animal planet para atrapar su presa que se pavonea (o no) en la pista de baile.  Entonces vi tres chicas bailar. En plan muy parecido al que bailo con mis amigas: hombres que se acercan, hombres que son rechazados, porque ellas quieren bailar solas.  Decidí en algún lugar de mi mente, que tal vez estas chicas podrían empatizar con mi soledad-presta-ropa-de-amiga.  Me acerqué a una de ellas, y le expliqué que mi amiga se había ido, si podía unirme a su baile.  Con su cara cada vez más extrañada y alejándose paulatinamente, me miró y me dijo “Hueona lesbiana, a mí no me gustan las minas, córrete”.  Quedé en shock.  Primero, porque tan inocente era mi intención, que jamás imaginé un rechazo así.  Segundo porque la gente se giró mirándome como si yo fuera una leprosa en la época de los romanos.  Y tercero, porque lo que encontré más violento de todo, es que su manera de rechazarme (y de pasada insultarme), fuera diciéndome lesbiana.  Y que eso para mí, realmente, significara un insulto.
No soy lesbiana.  Hasta el momento al menos, me declaro heterosexual. Tampoco encuentro que la orientación sexual sea relevante a la hora de: buscar un trabajo, establecer amistad, ser buena o mala persona.  Los estereotipos del cola o la pelá buscavidas y descarriados, podrían caber perfectamente en el más, supuestamente, normal y correcto de los heterosexuales.  Bueno y si lo fueran, qué.  Qué carajo me importa a mí. 
Lo que me dejó más triste y shockeada, hasta ahora, es que ese grito de esa joven asustada ante la diferencia (tal vez que yo use el pelo corto la confundió, quién sabe), para mí resultó un insulto y una humillación.  Algo que no debió pasar.
No debió pasar que yo tuviera que buscar refugio en un grupo de amigas, temiendo que un hombre me abordara, a pesar que no quería flirtear con nadie.  No debió pasar que esta mujer gritara eso en mi cara, por mi apariencia, por su temor a la diferencia, o por quién sabe qué experiencia personal que tuviera.  No debió pasar que la gente se quedara mirando como si me dijeran “negra” en los tiempos del apartheid y tampoco debió pasar que yo me sintiera ofendida y humillada, odiando a mi amiga, por haberme dejado sola, pasando ese infinito mal rato en un lugar que, se supone, era para divertirse.
Nada de eso debió pasar.

Ahora, con la cabeza más fría, sólo puedo tener compasión por esa chica que pensó que eso era un insulto. Por los que se voltearon a verme como leprosa.  Y por mí. Sobre todo por mi sentimiento de vergüenza, por considerar que gritarme “lesbiana”, sea el peor de los insultos que me pudieran gritar en esa discotheque, donde pareciera que todo el mundo (y me incluyo) está muy dispuesto a reaccionar para defenderse de algo: de su ego, de su procedencia y, por cierto, su identidad sexual.

jueves, enero 02, 2014

Galope


Un galope de caballo
Y un eco sordo

El bosque de testigo coral
Bruma que roba el oxígeno y cae

Te escucho galopando en mi bosque,
Melodía que se silencia a veces
Con el tintán metálico
de unos estribos al aire.

miércoles, septiembre 25, 2013

La Patria son los Amigos





Hacer amigos
Despedirse
O no despedirse nunca
Abrazarse todo el tiempo
Lejos, cerca
En el terreno que no es ninguna parte

Porque el país es la lengua que se habla
Dicen unos.
Pero yo sigo diciendo, que la patria,
son los amigos.

miércoles, septiembre 11, 2013

Sí señor, señora, yo no viví el Golpe de Estado de 1973



Nací en 1982. Plena crisis económica, producto de la debacle neoliberal instaurada a sangre y fuego por la dictadura militar.  Que muy militar fue, pero fue apoyada, sostenida, ideada y financiada por civiles que aún se pasean por los pasillos del Congreso de nuestro lejano país.
Soy de una generación que nació en un régimen que creía normal. Que no encontraba raro que el Presidente usara uniforme, donde la televisión era la forma de entretención para la gran mayoría, que debió quitarse a la fuerza el hábito de utilizar demasiado el espacio público.  Pero todo eso no nos parecía raro.  Porque éramos niños, y así había sido el mundo siempre. 
Pero un día crecimos.  Y nos fuimos enterando de lo que iba pasando.  Que mis tíos y primos vivían fuera de Chile hace años, no porque lo decidieran planificadamente como un mejor porvenir.  Que cuando vino el plebiscito, habían fundadas razones por las que la campaña del arcoiris hacía llorar a mis tías, y la chasquilla de Buchi figuraba por todas partes en la casa de otros tíos.
Soy de la generación que cuando se fue enterando que los bombazos a medianoche, los titulares en letras negras, la sobre-utilización de la frase “enfrentamiento con terroristas” y el miedo visceral a la policía, no era normal.  Y en tanto que nos fuimos enterando de algunas verdades, nunca, pero nunca faltó el par, la amiga de la amiga, o el tío que no es tío, que te dice “Usted no opine sobre eso, que ni siquiera había nacido”.
Bueno.  A todos aquellos que un día nos dijeron eso, hoy puedo decirles, que el golpe de Estado en Chile fue hace cuarenta años, y yo tengo 31.  Eso quiere decir que me he pasado 31 años de mi vida viviendo un Golpe.  Y que a nosotros, los de mi generación, también nos tocó la peor de las partes.  Vivir un duelo de una masacre que llevamos en el inconsciente, clavada en la memoria silenciosa de las madres que nos amamantaron con miedo, de las profesoras que nos educaron omitiendo verdades, de las mujeres que marcharon sin descanso, buscando sus parientes asesinados y sus cuerpos desaparecidos.  Como si esto fuera poco, por añadidura, nos tocó hacernos cargo de aprender lo que era una Democracia.  Aprender valores de la República, sin confundirnos con los actos cívicos de los días lunes, que llevaban la foto de Pinochet enfrente.  Nos tocó sacudirnos el miedo, la ignorancia, el hambre y la miseria que vino después que los cañones se enfriaron, el balcón fue reconstruido, y la junta se vistió de civil, para sacarse el estigma de los lentes oscuros.
Y no nos quejamos de víctimas.  Porque nuestra generación asumió la tarea con orgullo.  Respirando y contando hasta mil, para no caer en una discusión polar, ciega y bruta, que nos llevara de nuevo a lo mismo.  Por eso volvieron a llenarse las calles de gente.  Por eso los estudiantes salieron a marchar con sus padres, abuelos y profesores.  Porque a los que no nos tocó vivir el golpe, nos tocó nacer, crecer, educarnos, y sobrevivir en el país que ellos intentaron refundar.
Lo que se les olvidó a ellos, es que por más que pase el tiempo, el muerto siempre llega a la orilla.  Tarde o temprano, el niño crece y se da cuenta que toda esa infancia estuvo atravesada por el egoísmo y la falta de criterio de unos pocos.  Y eso se combate sabiendo, aprendiendo, haciéndose cargo de una historia que todos y todas necesitamos, merecemos y debemos saber.  Una historia que les contaré a mis hijos cuando sea el momento.  Porque esa historia también es suya.  Porque los procesos no son espontáneos.  Y mis hijos y sobrinos podrán estar orgullosos al decir que aunque su tía o madre nació después del 73, fue parte de la generación que debió hacerse cargo de tomar la pena de sus padres, de sus abuelos, y convertirla en esperanza, en lucha por reconstruir, lo que un día se intentó borrar de un golpe, con un Golpe.

martes, julio 02, 2013

Chilenos Sin Voto: desde el "¿Por Qué No Se Van"? hasta el "Haz tu Voto Volar"


En total, debo llevar unos tres años viviendo fuera de Chile.  Contrario a lo que se piensa, vivir fuera del territorio en el cual naciste, creciste y te formaste como persona y profesional, no significa olvidarse del país; sino incluso, puede significar lo contrario.
Y no estoy hablando de la nostalgia, que según un amigo, con el cual en parte concuerdo, no sirve de nada.  Estoy hablando que cuando vives fuera de tu país, sobretodo en ciudades multiculturales como la que vivo, estás todo el tiempo obligado a replantearte una y otra vez sobre tu identidad y nacionalidad.  
Con la distancia y el conocimiento de otras culturas, otros climas, otras personas y maneras de ver el mundo, rápidamente comienzas a construir una identidad a partir de la diferencia: “Este piensa así, muy diferente a como en Chile se actúa o piensa”.  También hay maneras más directas de reflexionar sobre tu país, como cuando alguien que no lo conoce, te pregunta cómo es, dónde queda, cómo son las personas que viven ahí.  Explicar de dónde vienes, es constantemente un ejercicio de fade in y fade out.  Debes esforzarte por establecer categorías que los otros puedan comprender, e intentar también que esas categorías no caigan en un cliché vacío de sentido.  Inevitablemente terminas diciendo “tienes que ir un día para conocerlo”.  Y todo el mundo quiere ir.  Siente curiosidad.  Plantea un desafío por lo caro, lo lejos, y lo mítico de sus paisajes.

Otra reflexión que surge cuando te alejas un poco del lugar de donde siempre viviste, es que en todas partes se cuecen habas.  La desigualdad, la lucha por vivir mejor, la búsqueda de un trabajo con un sueldo digno, por adquirir mejores conocimientos, por encontrar el bienestar, es un deseo humano transversal –y por obvio que suene- vital para cualquier ser humano; venga de donde venga.
Hace unos días en Chile fueron las elecciones primarias para escoger el candidato que representará cada coalición (uno de derecha, otro de centro-izquierda).  Miles de chilenos que seguimos de cerca las noticias diariamente, que nos interesa lo que pasa en el país, porque en algún momento nos planteamos volver, o simplemente porque ser chilenos es parte de nuestro ser en este mundo –es la lengua que hablamos, la comida que comemos, la identidad que nos define, nuestro territorio de afectos, etc-, no pudimos votar.  Como no hemos podido votar en ninguna de las elecciones anteriores.
Parece inaceptable que a estas alturas, con la cultura cívica y la tradición republicana que ha tenido Chile durante su historia independiente –salvo excepciones, claro-, hemos llegado a pasar una década del siglo XXI sin tener voto de chilenos en el extranjero.  Más aún en este mundo móvil, global y migrante que nos ha tocado vivir hoy en día.  Chile y los chilenos merecemos el respeto de este derecho.  No sólo porque así lo dicta nuestra Constitución Política, sino también porque cada chileno que vive fuera de su territorio, es un brazo que une el país con un mundo que geográficamente está lejos.  Cada chileno interesado en votar a sus representantes, es también un representante en el mundo.  Cuando en una reunión conoces a una persona que viene de los Balcanes o de la República Centroafricana, y le cuentas que vienes de Chile, un país que parece tan lejos como a ti el de ellos, tu cara se ubica geográficamente en su mapa.  En ese momento, para ellos, tú eres Chile.  Como hablas, lo que dices.  Es probable que no se acuerden de tu nombre, pero cuenten en otra ocasión “ah sí, una vez conocí a una chica chilena”.
En un foro respecto a la discusión del voto de chilenos residentes en el extranjero, leí un comentario que decía que si “tanto nos importara Chile, estaríamos ahí, y no viviendo fuera”.  Y entonces ahí es cuando uno menea la cabeza e intenta hacer entender que si uno salió es porque fue en busca de mejores horizontes, no pocas veces, para regresar a fortalecer nuestra democracia y nuestro crecimiento como sociedad latinoamericana que somos.  Ese tipo de comentarios me retrotrae al lamentable prejuicio del exilio dorado con el que debieron luchar quienes salieron de Chile durante los años de la dictadura.
Chile es un país acogedor, es la casa.  Vivir fuera tampoco es un paraíso.  Aunque tengas trabajo, beca, amigos, y logres formar un territorio de afectos.  Quien afirma que los chilenos que vivimos fuera, hemos abandonado el país, y por ello no tenemos derecho ni a voz ni a voto, les invito a viajar.  A tomar aire.  A vivir unos meses fuera, donde nadie habla tu lengua, ni come pan con palta al desayuno, ni toma once.  Lo invito a adaptarse a una realidad distinta, y así poder descubrir cuán chileno realmente se puede uno sentir, cuando se vive lejos del territorio que lo vio nacer.  Sin chovinismos, pero tampoco sin resentimientos.

jueves, marzo 28, 2013

Neige


Soy la nieve.
Nunca pensé ser la nieve,
porque verdaderamente, no lo soy.

No por fría, ni por tan blanca.

Más bien por biombo sonoro.
Por esperanza de cambio
Por pausa en el camino
Por aprendizaje de lo desconocido
Por pérdida al miedo del frío
De la misma pérdida

Por el brote que se esconde
Tras la escarcha sin nombre.

miércoles, febrero 13, 2013

No nos olvidemos de la cabeza


Estoy terminando una maestría en una institución kafkiana: almacena toda la programación, sin parar 24/7 de televisión y radio francesa.  ¿Por qué no seleccionan? Porque un algoritmo, les dio por resultado que seleccionar era más caro que almacenar todo sin cortes.  Luego, se podrá buscar según día, hora, canal, medio, lo que se requiere para diversos objetivos.
La experiencia ha sido maravillosa, agotadora y una inmersión absoluta en lo que significa manejarse en la era digital de hoy, mañana y con vistas a pasado mañana.  Pero tampoco tan lejos.
La era digital nos ha vuelto kafkianos a todos.  Somos almacenadores de cientos de miles de fotos, de videos, de textos, de cientos de archivos, que no sabremos si podremos leer en veinte años más, como podemos hoy leer las cartas escritas hace cinco siglos.  Los símiles a los paleógrafos en la actualidad, recién estamos comenzando a nacer, pero no viviremos para siempre, y la proyección de los sistemas de migración digital, son un desafío día a día.  Tampoco es el Apocalipsis.  Los escribanos de hace cinco siglos, tal vez tampoco imaginaban que los humanos, con ingenio y trabajo, nos las arreglaríamos para leer sus manuscritos públicos y privados, descifrando, como alguien se romperá la cabeza en un siglo más, para descifrar un archivo XML normalizado.  Quién sabe.
Pero hay algo que me da vuelta dentro de toda esta historia: nuestra cabeza.
La capacidad impactante de captar (consciente o inconscientemente), clasificar, asociar, nombrar, almacenar de nuestras cabezas.  (Y usar esa misma cabeza para tratar de entenderlo, termina siendo siempre –tal vez felizmente- limitado).  Las bases de datos más desarrolladas no hacen más que intentar imitar -vaga y torpemente-  el funcionamiento de nuestros lóbulos, sistema neuronal y sinapsis (que me perdonen los neurólogos, pero no soy especialista en el tema).
Y no quiero pecar de nostálgica, pero con tanto almacenamiento Cloud, disco duro, dropbox, Drive, servidores monstruosos, etc, nos olvidamos que hace quince años, nos sabíamos todos los teléfonos de nuestros cercanos de memoria.  También sus cumpleaños.  También sus direcciones, sin necesidad del gps encendido 24/7.
Por cierto que no estoy de acuerdo con la memorización sin sentido.  Pero la memorización conlleva en si misma también un sentido: es una herramienta siempre a mano, cuando no hay luz, cuando se descargó la batería, cuando los sistemas se caen.  Si cuando niños aprendimos que 3 x 3 era igual a 9, siempre –salud mediante-, tendremos nuestra memoria a mano.  Un servidor fiel, que nos acompaña 24/7, y que no debemos olvidar tener en movimiento, en medio de la externalización de la memoria.  La importancia de las imágenes que están almacenadas en nuestros smartphones, tienen sentido porque recordamos dónde las registramos, con quién estábamos, y qué sonidos, olores, recuerdos y sensaciones nos trae volver a mirarlas.  No nos olvidemos de eso.  Sin nuestro servidor mental, no somos nada.

martes, febrero 05, 2013

L'hiver


Ponerse el gorro
Sacarse lo guantes
Sacarse el gorro
Ponerse los guantes

Soltar la bufanda que ahorca
Volver a ponerse el gorro
Gorro, guantes, guantes, gorro,

La bufanda que respira
Los ojos que se empañan

Dedos de yemas insensibles
Pierden el gorro
Los guantes
El frío
La sangre

Se camina rígido
Se quiebra el hielo
La nieve crackea bajo los pies

Guantes
Gorro
Bufanda
Bufanda, guantes, gorro
Entran y salen;
Se ponen, se sacan, se pierden
En el acto masturbatorio del invierno

En casa es igual.
Abrir y cerrar cortinas.
Cerrar y abrir
Entra y sale
luz, noche y gris.

El frío es como la vergüenza,
te penetra vestida,
y sin compasión.

domingo, enero 13, 2013

El Sol es la Única Semilla



Vivo en la realidad.
Duermo en la realidad.
Muero en la realidad.

Yo soy la realidad.
Tú eres la realidad.
Pero el sol
es la única semilla.

¿Qué eres tú? ¿Qué soy yo
sino un cuerpo prestado 
que hace sombra?

La sombra es lo que el cuerpo 
deja de su memoria.
Yo tuve padre y madre.
Pero ya no recuerdo
sus cuerpos ni sus almas.

Mi rostro no es su rostro 
sino, acaso, la sombra, 
la mezcla de esos rostros.

Tú haces el bien o el mal.
Tú eres causa de un hecho,
pero: ¿eres tú tu causa?

Te dan lo que te piden.
Piden lo que te dan.
Total: entras y sales.

Dejas tu pobre sombra 
como un nombre cualquiera
escrito en la muralla.

Peleas. Duermes. Comes.
Engendras. Envejeces.
Pasas al otro día.

Los demás también mueren
como tú, gota a gota, 
hasta que el mar se llena.

¿Has pensado en el aire
que ese mar desaloja?
Tú y yo somos dos tablas
que alguien cortó en el bosque
a un árbol milenario.

Pero ¿quién plantó ese árbol
para que de él saliéramos
y en él nos encerráramos?

A ti no te conozco,
pero tú estás en mí
porque me vas buscando.

Tú te buscas en mí.
Yo escribo para ti.
Es mi trabajo.

Vivo en la realidad.
Duermo en la realidad.
Muero en la realidad.

Yo soy la realidad.
Tú eres la realidad.
Pero el sol
es la única semilla.


(Gonzalo Rojas)

domingo, noviembre 11, 2012

Nosotros los de Entonces... A propósito de las Elecciones Municipales 2012


   Conversando en cóctel ameno con gente chilena, salió el tema de las últimas elecciones edilicias.  Bonita paradoja, considerando que éramos puros chilenos con legítimo deseo de hacer mejorar nuestro país con nuestra experiencia y capacitación en el extranjero, y que no tenemos derecho a ejercer el voto.  En fin.  Mi punto ahora es otro.
  En Francia, país donde vivo actualmente, el porcentaje de abstención en las últimas elecciones cantonales 2011 rozó el 55%.  Obviamente en las elecciones presidenciales este porcentaje disminuyó (abstención cercana al 20%), porque las elecciones presidenciales convocan más gente, son más llamativas, y en el caso específico del año 2012, hubo muchos franceses que se levantaron con gusto para castigar o no a Sarkozy por su mandato.
  Considerando que ambos países poseen ciertas similitudes culturales (nuestro sistema político y cultural-institucional ha tenido históricamente influencias francesas), no hay que ser experto para saber que Chile es un país que tiene un camino largo hacia el desarrollo económico, político y cultural todavía, no necesariamente para “alcanzar” a un país del primer mundo, sino (y tal vez aún mejor), para encontrar aquel camino propio, abierto a otras experiencias positivas, que históricamente las naciones latinoamericanas han deseado.  Desde Simón Bolívar, a nuestros días.
   Pero bueno, volvamos al tema de las últimas elecciones comunales en Chile.  La expectación era amplia.  Basada principalmente en tres puntos: Primero, corroborar ciertamente cuán conectado están los electores con las fuerzas políticas presentes en el juego (gobierno-concertación-independientes), más aún después de las movilizaciones sociales del año 2011.  Segundo, intentar analizar el nuevo padrón electoral, surgido de la nueva ley que hizo el voto voluntario y la inscripción automática (contraria a la antigua que obligaba a votar para siempre –salvo excepción de excusa formal-, si decidías inscribirte después de cumplida tu mayoría de edad a los 18 años).  Y, por último, estas elecciones resultaban interesantes, porque hubo acotados experimentos, como el sucedido en Providencia, en que mediante primarias no partidistas, se eligió un candidato común, con el fin de derrotar a un contrincante varias veces reelegido anteriormente, vinculado históricamente a la imagen de la dictadura militar.
   El porcentaje de abstención en las últimas elecciones edilicias en Chile, fue aproximadamente de un 60%.  No muy lejano al 55% recién citado de las elecciones cantonales francesas (el porcentaje de las municipales 2008 fue un tanto menor), donde la inscripción es automática, el voto voluntario, se puede votar desde el extranjero, o por “procuración”, es decir, dar un poder a alguien para que vote por ti.  Todos quienes estábamos pendientes de las elecciones, el porcentaje de abstención nos apretó un poco el estómago.  Personalmente me acordé de la reciente abolición de las clases de educación cívica de los colegios (los conceptos de “excepción constitucional” o “moción de ley”, los aprendí en la secundaria), de la falta de voluntad para hacer aquel día el transporte gratuito, de los chilenos que no podemos votar en el extranjero.  Pero, y adentrándose aún más en el análisis, no menor resultó la siguiente conclusión que leí también en varios tuits o reflexiones en redes sociales.  Se sabe que en un sistema de voto voluntario, quienes más votan, son la gente que ha tenido más acceso a educación.  Por tanto, se esperaba, que fuera la gente con más dinero del país, normalmente con tendencias a la derecha política, quienes acudieran a las urnas.  Pero las cifras no fueron tan lógicas.  La derecha perdió bastiones importantes, no sólo Providencia y Santiago, sino también otras comunas donde las encuestas daban por ganador a su sector (encuestas: otro sector desacreditado en estas elecciones).  ¿Qué pasó entonces?    ¿Resulta que quienes se levantaron a votar ese domingo no son los más educados? ¿O es que finalmente sobre-estimamos a nuestra derecha, pensando que está mucho más educada de lo que pensamos?
   ¿Por qué la derecha no logró hacer que sus votantes se levantaran a votar? ¿Qué habría pasado si el transporte público hubiera sido gratuito? (moción que la misma derecha desestimó por encontrarlo un gasto excesivo).  ¿Tal vez la derecha no conoce tan bien a su electorado, y resulta que con micro gratis, sí se habrían levantado a votar?  ¿O es que finalmente las razones son también ideológicas, y la derecha, cuyo gobierno ostenta el 30% de aprobación, no tuvo la capacidad suficiente, ni con jingles creativos, ni con empapelamiento de sonrisas blanqueadas, de arrastrar a su electorado?

   Otras preguntas quedan también en el aire.  Es que el voto, tanto en estas elecciones, como en otras en Chile y en el mundo, ¿se está transformando más en un castigo, que en una aprobación?  Históricamente sabemos que cualquier coalición política bien articulada, con un sentido de oposición claro, tiene altas probabilidades de ganar una elección.  Ese fue el caso del plebiscito de 1988, y de la derrota de Cristián Labbé en Providencia. 

   Nuestra sociedad chilena se ha ido transformando, y los cambios son evidentes.  Nuevas generaciones han cursado estudios superiores, nuestro problema mayor ya no es el hambre, ni el analfabetismo, sino la superación de la pobreza y la mejora de la calidad de vida de las personas.  Aquello no está en discusión.  La sociedad chilena está más educada, y esas personas, no necesariamente son de lo que tradicionalmente se ha conocido como la elite nacional.  Son hijos de padres y madres trabajadores esforzados, que mediante sangre, sudor y endeudamiento, han puesto la esperanza en que la educación es la mejor herencia que pueden dejarle a la nueva generación.  Y esas familias de “clase media” (palabra que tanto le ha gustado acuñar a la derecha los últimos años), no están dispuestas a ceder un paso más.  Porque les dijeron que educando a sus hijos saldrían de la pobreza.  Y esos hijos endeudados ahora quieren encontrar un trabajo, un espacio, y una participación en la vida diaria y en las decisiones de su país.  Por eso padres, hijos y abuelos de lado y lado salieron a las calles a marchar el año 2011.  Y una sonrisa sin logo de partido, o un par de promesas de reelección, ya no les bastan para levantarse en la mañana o para marcar su voto como lo han hecho siempre.  Ya sea porque la coalición que les representaba, ahora les resulta ajena, porque salga quien salga “tendrá que seguir trabajando igual como siempre”, o porque simplemente, (materialismo histórico mediante), ese domingo no tenían dinero para trasladarse y entrar a la urna a votar.

lunes, noviembre 05, 2012

Viajante temporal en el Trópico

®Judith Silva
®Judith Silva

El trópico tiene todo lo que no recomienda el doctor: exceso de humedad, exceso de calor, exceso de mosquitos, flora y fauna desconocida, exceso de sol, frituras, deshidratación y un largo etcétera.
Descubrí en carne propia este verano además, que revoluciona el sistema hormonal femenino.  Sí.  No sólo porque anden algunos cuerpos esculturales por ahí a torso desnudo, o inflingiendo movimientos pélvicos asombrosos en las discotheques locales.  No.  Toda la suma de factores tropicales descrita (y seguro que otros más), sumados al jetlag del viajante temporal, puede ocasionar vaivenes bastante asombrosos en su progesterona y estrógenos (a tener en cuenta señorita soltera).
También, y sonrójese usted con la confesión, por mucho que yo crea en el determinismo geográfico (tema ya tratado en este humilde blog), debo decirle que sin aire acondicionado, toda esa maravilla que se desata en la líbido tropical, corre el riesgo de perderse, cual futbolista de la costa jugando en el altiplano.  No hay cuerpo extranjero que aguante el ejercicio sexual a esa humedad y temperaturas.  Así es que por salud, procúrese al menos un ventilador.
Saliendo de este tema a veces no tan evidente, cuando usted tenga la fortuna de visitar tierras tropicales, donde sea que estas se encuentren, además de, por cierto, jamás olvidar el repelente, no olvide nunca su ritmo.  El ritmo tropical es otro.  Nosotros, habitantes de clima mediterráneo, (sobretodo de grandes capitales), queremos todo para ayer.  Quince minutos de tardanza del plato en un restaurant, es motivo de reclamo.  En el trópico, olvídese.  Imagínese el pentagrama, y recuerde la diferencia de la semicorchea y la blanca con punto.  El trópico es la blanca con punto.  A veces con matices lunares ingrávidos.  Una buena recomendación por ejemplo, es llevar cartas (naipes), dominós o cualquier tipo de entretención liviana mientras espera antes de desfallecer de hambre.  Aún cuando no sea algo elaborado.  El tiempo de espera, no guarda relación a veces con la sofisticación.
Todas estas son recomendaciones bien obvias, pero siempre necesarias: no busque lo que en otras partes abunda.  Es como el consejo del buen viajero.  Disfrute lo que hay.  No se esmere en encontrar una librería con artículos científicos de última generación.  Tampoco se exaspere por la lentitud de Internet.  Respire, bucee, coma pescado fritangueado, acuérdese cuándo fue la última vez que se quedó mirando un mar turquesa (modo cliché favorito de los catálogos turísticos).  Cuándo fue la última vez que regateó en un mercado oliente a especias.  Y cuándo fue la última vez que se bañó en un mar tan salado, que no se hizo necesario  aletear demasiado, para simplemente, flotar.