Cuando era escolar (ya, igual no taaanto tiempo), estaba en el metro con mi galán del momento. Nos dábamos un beso. Ojo, que es un beso de escolar de hace unos añitos atrás, un beso dulce, amoroso, inocentísimo, incluso demasiado recatado. Cuando practicábamos la dulce práctica del ósculo, un guardia de ceño fruncido vestido de azul, se nos acercó y dijo (literal) "que no podíamos hacer ese tipo de espectáculo en la vía pública, en una estación de un medio de transporte público". Prácticamente nos trató de seres exhibicionistas, poco éticos con la moral circunspecta de lugar. Me apestó, me sentí vulnerada en lo más íntimo de mis sentimientos. Ridiculizada y humillada a más no poder: ¡Era una conquista que me había tomado meses y ese ser de traje azul lo vino a arruinar todo!! Bueno para entonces tenía 15 o 16 años, por lo que no fui capaz de asimilar el asunto como que el hombre recibía órdenes de superiores, y en el peor de los casos no tenía una vida íntima satisfactoria que molestaba a los escolares con sus proyecciones.
Bueno, los escolares parece que nacieron para ser humillados (ya verán cuando se rebelen abiertamente), así que asumí el asunto como falta mía, y al tiempo lo olvidé.
Tiempo después, hace un par de años atrás más o menos, fui a buscar a mi hermana chica a un curso de inglés de verano. Mi novio de entonces, me acompañó en la espera de una hora y media de la clase. Entre conversación y conversación, obviamente surgía una que otra muestra de afecto, y obviamente un beso. He ahí otra vez: el fantasma de la virtud, de la moral y las buenas costumbres decimonónicas (si es que no coloniales y/o medievales), apareció encarnado en una profesora, que sin duda, tenía problemas parecidos a los del anterior guardia de azul. Nos increpó, casi diciendo que eso era un lugar de estudios, sacrosanto e inmaculado, y no un burdel de puerto. Yo con mi historia anterior, obvio que me piqué. Le respondí (siempre muy educadamente), que no hacíamos nada malo, y que un beso en un par de pololos era algo normal (ojo, repito, no estoy haciéndome la pan de huevo, era un beso, como el que se dan las personas que no tienen ningún problema de desviación ni nada). Nuevamente fui expedida a la vía pública, para hacer "eso" que a la autoridad del lugar molestaba. Comprenderán, que ya más crecidita, tomé el asunto como un arrebato venático de la señora, y no como un mea culpa de mi falta de moralidad.
Finalmente, hace un par de días, me encontraba en lo que de unos años a esta parte se ha transformado en mi segundo hogar (Biblioteca Nacional), despidiéndome de mi hermoso actual novio, y así continuar mis labores de investigación. Cuando le daba el respectivo beso, nada más ni nada menos, apareció nuevamente el fantasma de la moral: esta vez vestido de un guardia de civil, mayor, con el mismo tipo de problemas, o con el mismo tipo de órdenes de sus jefes (ojalá sea eso, y no un trastorno, Psicosexodisfuncional). "¿Podrían hacer eso mismo que están haciendo (apuntándonos con desprecio por su desviado índice), pero afuera en la calle?" Dijo el ser humano, golpeteándome además el hombro (acción que por cierto, sabrán quienes me conocen, me saca de mis casillas). Rápidamente se me vino en una fracción de segundo los dos capítulos anteriores de esta dramática historia, miré al señor de civil, miré a mi novio, y lo besé con un ímpetu real, para que por lo menos tuviera razón para faltarme el respeto de esa manera. Me dirigí al salón de investigadores y estuve quince minutos sin poder leer ni la mitad de una página, todo por la ira que me provocó tal escena.
Afortunadamente mi ira se calmó horas después, cuando mi novio me contó que se había devuelto a propugnarle una pequeña clase de "Cómo-no-exceder-mis-facultades-faltando-el-respeto-a-los-usuarios"
Bueno, los escolares parece que nacieron para ser humillados (ya verán cuando se rebelen abiertamente), así que asumí el asunto como falta mía, y al tiempo lo olvidé.
Tiempo después, hace un par de años atrás más o menos, fui a buscar a mi hermana chica a un curso de inglés de verano. Mi novio de entonces, me acompañó en la espera de una hora y media de la clase. Entre conversación y conversación, obviamente surgía una que otra muestra de afecto, y obviamente un beso. He ahí otra vez: el fantasma de la virtud, de la moral y las buenas costumbres decimonónicas (si es que no coloniales y/o medievales), apareció encarnado en una profesora, que sin duda, tenía problemas parecidos a los del anterior guardia de azul. Nos increpó, casi diciendo que eso era un lugar de estudios, sacrosanto e inmaculado, y no un burdel de puerto. Yo con mi historia anterior, obvio que me piqué. Le respondí (siempre muy educadamente), que no hacíamos nada malo, y que un beso en un par de pololos era algo normal (ojo, repito, no estoy haciéndome la pan de huevo, era un beso, como el que se dan las personas que no tienen ningún problema de desviación ni nada). Nuevamente fui expedida a la vía pública, para hacer "eso" que a la autoridad del lugar molestaba. Comprenderán, que ya más crecidita, tomé el asunto como un arrebato venático de la señora, y no como un mea culpa de mi falta de moralidad.
Finalmente, hace un par de días, me encontraba en lo que de unos años a esta parte se ha transformado en mi segundo hogar (Biblioteca Nacional), despidiéndome de mi hermoso actual novio, y así continuar mis labores de investigación. Cuando le daba el respectivo beso, nada más ni nada menos, apareció nuevamente el fantasma de la moral: esta vez vestido de un guardia de civil, mayor, con el mismo tipo de problemas, o con el mismo tipo de órdenes de sus jefes (ojalá sea eso, y no un trastorno, Psicosexodisfuncional). "¿Podrían hacer eso mismo que están haciendo (apuntándonos con desprecio por su desviado índice), pero afuera en la calle?" Dijo el ser humano, golpeteándome además el hombro (acción que por cierto, sabrán quienes me conocen, me saca de mis casillas). Rápidamente se me vino en una fracción de segundo los dos capítulos anteriores de esta dramática historia, miré al señor de civil, miré a mi novio, y lo besé con un ímpetu real, para que por lo menos tuviera razón para faltarme el respeto de esa manera. Me dirigí al salón de investigadores y estuve quince minutos sin poder leer ni la mitad de una página, todo por la ira que me provocó tal escena.
Afortunadamente mi ira se calmó horas después, cuando mi novio me contó que se había devuelto a propugnarle una pequeña clase de "Cómo-no-exceder-mis-facultades-faltando-el-respeto-a-los-usuarios"
Un beso, el mismo beso que Rodin plasmó en su escultura y que dejó la cagada a todo nivel (de hecho, esto es una metáfora, porque mi beso era con bastante más ropa, y no sentada en las piernas de mi novio). Me indigna la situación. Ahora me da miedo hasta hacerle cariño a mi novio, porque pienso que las personas me miran y vendrán de las cuatro esquinas a expulsarme por falta a la moral y las buenas costumbres.
Hace un par de meses fuimos a un bar con un amigo y su novio. Cuento corto los echaron. Por estar de la mano, de la manooooooooooo!!!
Esta clase de porvenires dirige nuestras escuelas? Vigila nuestros monumentos? Conserva nuestros medios de transporte??
Me alargué un poco en el post, pero me piqué. Considero estar en todo mi derecho. Soy una ciudadana libre, vivo en una familia honrada, que paga sus impuestos, estudio para darle un porvenir mejor al mundo que me rodea, y no quiero tener una vida afectiva reprimida porque los demás sí la tienen!!!!
3 comentarios:
Tenemos el derecho al beso, donde queramos, y cuando queramos. Hay que ser guardián de ese derecho. No dejar que trancados vengan a pasar a llevar la expresión de amor y ternura por excelencia.
Te quiero, y no quiero dejar de besarte.
Te apoyo, excelente respuesta la que hiciste ante el último guardián de "la moral y las buenas costumbres" en la Biblioteca Nacional... como si nunca se hubieran dado un beso, o si cuando lo hicieran pensaran que están cometiendo un pecado o alguna pelotudez por el estilo!....
Eso
Saludos!! :D
PD: También me pica mucho el asunto
Tienes toda la razon en cuanto a sentir rabia. Hace un año me ocurrió lo mismo con mi actual polola -en el patio de comidas de Almacenes París en Temuco-, se acercó un hombrecito de azul a llamarnos la atención por ese acto. La diferencia es que me enojé tanto que increpé con dureza al guardia, de hecho casi nos peleamos. Antes de irme lo busqué para decirle unas cuantas cosas más. Y es que no se trataba de un acto desaforado, sino que de un simple y tierno beso.
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