
Hace harto tiempo que me debía este post, pero con tanta contingencia lo había dejado pendiente, pero cada día que salgo de mi casa y cruzo la calle, me acuerdo que tengo que escribirlo... Cada vez que salgo y escucho un ruido entre dientes de asquerosos viejos de mierda que no tienen respeto ni por sus hijas y nietas (porque yo perfectamente podría ser hasta bisnieta de muchos puaj!) Dios me libre.
Este país puede ser definido de varias formas. Joaquín Edwards Bello, con su suspicacia y humor particular, lo definió como "una larga y angosta faja de envidia". Absolutamente razonable dada la sociedad que le tocó vivir, y es un principio perfectamente aplicable a la sociedad chilena actual. Los matinales (fiel reflejo del lado más bizarro del país), se empeñan en destacar y requetecontra destacar "la solidaridad de la gente de Chile", con sus slogans refritos de "Chile ayuda a Chile" "Los Chilenos unidos por el temporal", etc, etc. Situación que se multiplica exponencialmente, como puede inferirse, en invierno. Ya en un post anterior hablé de la molestia que me causa que gente se meta en tu intimidad cuando te estás dando un simple y tierno beso con tu amado(a).
Bueno, se me iría la vida describiendo tan elegantes características de nuestra nachilenacionalidad, pero hay uno que me molesta de sobremanera, sobretodo porque es casi imposible de evitar. O sea... la envidia, a palabras necias, oídos sordos, lo de los matinales, es mucho más fácil, basta con apagar la tele y desviarse de la tontera. Un par de improperios a los guardias que se meten en tu vida privada, y finalmente el dulzor del amor, pasa el trago amargo de que te arruinen un momento romántico. PERO, que se te ocurra arreglarte un poquito, porque quieres verte bien, causar una buena impresión al lugar donde vas, sentirte linda, ponerte un escote un poco más pronunciado o una falda un poco más corta, y no puedas dar un paso sin que un ciento de viejos verdes desemboquen todas sus frustraciones lanzándote un asqueroso sonido entre dientes, es algo que me saca de quicio.
Yo opté por ponerme los audífonos con música desde la salida de mi casa, hasta que llego a ella de vuelta. Así no tengo que escuchar ninguna de las estupideces que este totalitarismo de viejos verdes que impera en la calle, se les ocurre decir. Pero lo encuentro injusto. Porque la calle es de todos, estoy en todo mi derecho en escuchar los ruidos de la ciudad, en estar atenta si alguien grita mi nombre porque me conoce, o de escuchar mis pasos en el asfalto si me da la regalada gana. Pero no. Ahí aparecen los viejos de mierda dándose vuelta para verte por lado y lado. Para analizarte más que el mismo médico en una chequeo general. Yo lo encuentro intolerable. Y más intolerable que una no pueda hacer nada contra ellos.
La otra vez en la esquina de mi casa, un tipo me empezó a molestar y no me dejaba pasar para seguir mi camino. Encontré inaceptable que por el sólo hecho de ser mujer, se sintiera con el derecho de tomarse la calle sin dejarme pasar. Le dije con palabras nada amables que se corriera, ante su negativa, tomé mi bolso que llevaba pesados elementos y lo golpeé en la cara. Sus compañeros que lo miraban desde enfrente reían a carcajadas. Yo no me enorgullezco particularmente de la escena. La encuentro bastante patética en realidad. Pero era tanta la rabia acumulada que tenía contra esa clase de gusanos, que no pude contener la ira.
Ahora, maticemos. También están los tipos, entre ellos simpáticos obreros, que te cantan o te dicen cosas graciosas, y que logran sacarte una sonrisa. Hay un juego popular, un respeto en medio de esa canción que cantan cuando pasas o la palabra amable, que te alegra el día. Pero los otros viejos tienen tomadas las calles y, por eso, hago un llamado a decir NO al totalitarismo de los viejos verdes en nuestras ciudades. Apelo a la misma conciencia que sanciona a los delincuentes, a castigar a los viejos de mierda que no tienen ningún tipo de escrúpulos. Y hago un llamado a las autoridades a que velen por nuestros escotes, nuestras minis y nuestro derecho a vernos lindas en la calle. Sin tener miedo que nos vayan a agarrar algo, nos vayan a susurrar asquerosidades al oído o nos nieguen el paso en la vereda. Mi compromiso es no quedarme callada. No dejar de ponerme linda para salir, y de, día por medio, dejar de usar los audífonos, para recuperar mi esquina.
He dicho. Hagan lo suyo mujeres.