miércoles, julio 08, 2015

Chile: cines, caceroleos y la búsqueda de la esperanza perdida

Un amigo me reclamó porque dice que lee mi blog y hace siglos que no publico.  Y es cierto.  Desde mi último post, cuando llevaba poquito tiempo de regresada a Santiago de Chile, ciudad en la que crecí y viví hasta que me fui a buscar rumbos nuevos a Europa por unos años. 
Entonces me puse a pensar en qué podría escribir.  Podría ser para odiar públicamente las cosas que sigo odiando de esta ciudad y este país en el que me siento luchando con gigantes de acero: nos estamos ahogando porque el plan de descontaminación de la capital se fue a la basura hace años, porque no hay aborto (ni siquiera si te violan), porque si tienes el pelo corto te tildan de lesbiana, porque cuando vas a una entrevista de trabajo te preguntan si eres casada, si tienes hijos, de qué colegio saliste, antes de fijarse que te has partido el lomo estudiando y trabajando en lugares en los que has aprendido mucho.  Podría también odiar las desigualdades de Chile.  Decir que hace una semana un grupo de señoras bien vestidas fueron a golpear la olla porque encuentran que la delincuencia les perturba la paz de los barrios en los que les cuesta tan caro vivir.  Golpearon la olla y olvidaron dos cosas: que golpear la olla nació como una protesta de mujeres que no tenían que echarle a la olla hace muchos años atrás, y que, en segundo lugar, el caceroleo de las señoras de clase más acomodada de Chile es el ícono más recordado de las protestas que derrocaron al gobierno de Salvador Allende en 1973.  Por lo tanto me parece un error, o al menos una falta de creatividad abismante, volver sobre esa misma forma de acción. 

Mejor hablemos de películas.  Con esto de los caceroleos ABC1 recordé ese diálogo de la película noventera de Orlando Lübert “Taxi para Tres”, donde el personaje de Alejandro Trejo le dice a los ladrones “¿Por qué no van a robarle a los que tienen? ¿Allá para arriba?” y entonces aparece la imagen de Gómez-Rovira desde la ventana del taxi, mirando hacia arriba los rascacielos de Sanhattan, camino a robar una casa de ricos chilenos.  Les va pésimo.  Porque son inexpertos.  Pero han pasado los años y la profecía de Lübert se cumplió.  El flaite chileno ya no sólo le roba a la vecina por angurriento de pasta base.  Hay una casta de ladrones que se profesionalizó (no hablaremos de las  boletas y la evasión tributaria aquí que da para otro post), y se atrevió a cruzar el cerco eléctrico, la Plaza Italia hacia arriba –bien arriba-, y el miedo de que el rico pudiera pillarlo.  Porque ahora le da lo mismo.  No tiene nada que perder.  Nada que no haya vivido antes: cárcel, penurias, maltrato, frío, oscuridad.  Entretanto, el barrio alto se llena de más rejas, y compra más cámaras HD, contrata más guardias –que llegan en micro a barrios que apenas tienen veredas para que caminen seres humanos-.
Otra película: Crónica de un Comité, ganador de FIDOCS el año pasado.  Asumo que no me gustó mucho.  La encontré poco prolija.  Pero es una buena crónica de esto mismo que estoy hablando.  Una crítica punzante a un sistema de mierda que nos tiene en silla de ruedas y tarde o temprano nos va a matar.  De hambre, de sed, de rabia, de pena.
Esto no es nuevo.  Claro que no.  Son imágenes repetidas.  Seguro uds. también pensaron en las señoras de lentes reclamando por los “comunistas asquerosos” en una secuencia de La Batalla de Chile de Patricio Guzmán.  O en la re-creación de lo mismo en Machuca de Andrés Wood.
¿Qué vamos a hacer? ¿Ir a tomar algo al café con piernas o hacernos un arreglito físico de mala calidad, ambas imágenes que aparecen en La Buena Vida del mismo Andrés Wood? ¿Darnos un balazo como alguno de los personajes de las películas de Larraín?  Puede ser.  O no. Es cosa de suerte o circunstancias. 
Busquemos otra película menos terrible.  Maite Alberdi ha llenado salas en todo Chile emocionándonos con este grupo de veteranas de La Once, que han sobrellevado lo mejor posible y con una dignidad maravillosa su vida y su vejez.  Les tocó vivir la época en la que las mujeres mejor que opinaran poco.  O nada mejor.  Cuando las infidelidades matrimoniales era mejor dejarlas pasar a favor de una vida estable y socialmente feliz.  “¿Qué prefieres tú?” –le pregunta una amiga a la otra- “¿Ser engañada, o quedar viuda?”.  Resulta tan chistosa como pasmante la pregunta, y la extrapolo a la sociedad en que estamos viviendo ahora: ¿Qué prefieren ustedes? ¿Seguir comprando y haciendo como si nada, o asesinar toda esa primera capa que oculta la podredumbre de una sociedad de seres abusados, corrompidos, desesperanzados?
La copa América fue ganada por seres humanos a los que Chile no les dio nada queridos y queridas.  La pelota fue defendida por un pitbull que le perdió el miedo a todo cuando le pusieron una pistola en la cabeza en una cancha en Conchalí.  Por un cabro chico de Tocopilla que no tenía por dónde salir triunfador.  Por un cabro que hasta el día de hoy choca su Ferrari porque la enseñanza de los límites le llegó tarde.  Cuando más cuesta aprenderla.
Pensaba en una película para terminar.  Pero no se me ocurre.  Porque la idea es terminar con algo esperanzador, y el chileno es pesimista por naturaleza (¡Cómo te extrañamos Raúl Ruiz!).  Tal vez esas películas nos falta filmar. Películas que hablen de la esperanza.  O que al menos se rían de todo esto. Que encuentren en la misma tragedia, la solución para no ahogarse en medio de tanto smog, clasismo, sectarismo, y todos los is(t)mos de esta removida y angosta faja de envidia. Como la llamó Joaquín E. Bello hace como cien años atrás.