domingo, noviembre 11, 2012

Nosotros los de Entonces... A propósito de las Elecciones Municipales 2012


   Conversando en cóctel ameno con gente chilena, salió el tema de las últimas elecciones edilicias.  Bonita paradoja, considerando que éramos puros chilenos con legítimo deseo de hacer mejorar nuestro país con nuestra experiencia y capacitación en el extranjero, y que no tenemos derecho a ejercer el voto.  En fin.  Mi punto ahora es otro.
  En Francia, país donde vivo actualmente, el porcentaje de abstención en las últimas elecciones cantonales 2011 rozó el 55%.  Obviamente en las elecciones presidenciales este porcentaje disminuyó (abstención cercana al 20%), porque las elecciones presidenciales convocan más gente, son más llamativas, y en el caso específico del año 2012, hubo muchos franceses que se levantaron con gusto para castigar o no a Sarkozy por su mandato.
  Considerando que ambos países poseen ciertas similitudes culturales (nuestro sistema político y cultural-institucional ha tenido históricamente influencias francesas), no hay que ser experto para saber que Chile es un país que tiene un camino largo hacia el desarrollo económico, político y cultural todavía, no necesariamente para “alcanzar” a un país del primer mundo, sino (y tal vez aún mejor), para encontrar aquel camino propio, abierto a otras experiencias positivas, que históricamente las naciones latinoamericanas han deseado.  Desde Simón Bolívar, a nuestros días.
   Pero bueno, volvamos al tema de las últimas elecciones comunales en Chile.  La expectación era amplia.  Basada principalmente en tres puntos: Primero, corroborar ciertamente cuán conectado están los electores con las fuerzas políticas presentes en el juego (gobierno-concertación-independientes), más aún después de las movilizaciones sociales del año 2011.  Segundo, intentar analizar el nuevo padrón electoral, surgido de la nueva ley que hizo el voto voluntario y la inscripción automática (contraria a la antigua que obligaba a votar para siempre –salvo excepción de excusa formal-, si decidías inscribirte después de cumplida tu mayoría de edad a los 18 años).  Y, por último, estas elecciones resultaban interesantes, porque hubo acotados experimentos, como el sucedido en Providencia, en que mediante primarias no partidistas, se eligió un candidato común, con el fin de derrotar a un contrincante varias veces reelegido anteriormente, vinculado históricamente a la imagen de la dictadura militar.
   El porcentaje de abstención en las últimas elecciones edilicias en Chile, fue aproximadamente de un 60%.  No muy lejano al 55% recién citado de las elecciones cantonales francesas (el porcentaje de las municipales 2008 fue un tanto menor), donde la inscripción es automática, el voto voluntario, se puede votar desde el extranjero, o por “procuración”, es decir, dar un poder a alguien para que vote por ti.  Todos quienes estábamos pendientes de las elecciones, el porcentaje de abstención nos apretó un poco el estómago.  Personalmente me acordé de la reciente abolición de las clases de educación cívica de los colegios (los conceptos de “excepción constitucional” o “moción de ley”, los aprendí en la secundaria), de la falta de voluntad para hacer aquel día el transporte gratuito, de los chilenos que no podemos votar en el extranjero.  Pero, y adentrándose aún más en el análisis, no menor resultó la siguiente conclusión que leí también en varios tuits o reflexiones en redes sociales.  Se sabe que en un sistema de voto voluntario, quienes más votan, son la gente que ha tenido más acceso a educación.  Por tanto, se esperaba, que fuera la gente con más dinero del país, normalmente con tendencias a la derecha política, quienes acudieran a las urnas.  Pero las cifras no fueron tan lógicas.  La derecha perdió bastiones importantes, no sólo Providencia y Santiago, sino también otras comunas donde las encuestas daban por ganador a su sector (encuestas: otro sector desacreditado en estas elecciones).  ¿Qué pasó entonces?    ¿Resulta que quienes se levantaron a votar ese domingo no son los más educados? ¿O es que finalmente sobre-estimamos a nuestra derecha, pensando que está mucho más educada de lo que pensamos?
   ¿Por qué la derecha no logró hacer que sus votantes se levantaran a votar? ¿Qué habría pasado si el transporte público hubiera sido gratuito? (moción que la misma derecha desestimó por encontrarlo un gasto excesivo).  ¿Tal vez la derecha no conoce tan bien a su electorado, y resulta que con micro gratis, sí se habrían levantado a votar?  ¿O es que finalmente las razones son también ideológicas, y la derecha, cuyo gobierno ostenta el 30% de aprobación, no tuvo la capacidad suficiente, ni con jingles creativos, ni con empapelamiento de sonrisas blanqueadas, de arrastrar a su electorado?

   Otras preguntas quedan también en el aire.  Es que el voto, tanto en estas elecciones, como en otras en Chile y en el mundo, ¿se está transformando más en un castigo, que en una aprobación?  Históricamente sabemos que cualquier coalición política bien articulada, con un sentido de oposición claro, tiene altas probabilidades de ganar una elección.  Ese fue el caso del plebiscito de 1988, y de la derrota de Cristián Labbé en Providencia. 

   Nuestra sociedad chilena se ha ido transformando, y los cambios son evidentes.  Nuevas generaciones han cursado estudios superiores, nuestro problema mayor ya no es el hambre, ni el analfabetismo, sino la superación de la pobreza y la mejora de la calidad de vida de las personas.  Aquello no está en discusión.  La sociedad chilena está más educada, y esas personas, no necesariamente son de lo que tradicionalmente se ha conocido como la elite nacional.  Son hijos de padres y madres trabajadores esforzados, que mediante sangre, sudor y endeudamiento, han puesto la esperanza en que la educación es la mejor herencia que pueden dejarle a la nueva generación.  Y esas familias de “clase media” (palabra que tanto le ha gustado acuñar a la derecha los últimos años), no están dispuestas a ceder un paso más.  Porque les dijeron que educando a sus hijos saldrían de la pobreza.  Y esos hijos endeudados ahora quieren encontrar un trabajo, un espacio, y una participación en la vida diaria y en las decisiones de su país.  Por eso padres, hijos y abuelos de lado y lado salieron a las calles a marchar el año 2011.  Y una sonrisa sin logo de partido, o un par de promesas de reelección, ya no les bastan para levantarse en la mañana o para marcar su voto como lo han hecho siempre.  Ya sea porque la coalición que les representaba, ahora les resulta ajena, porque salga quien salga “tendrá que seguir trabajando igual como siempre”, o porque simplemente, (materialismo histórico mediante), ese domingo no tenían dinero para trasladarse y entrar a la urna a votar.

lunes, noviembre 05, 2012

Viajante temporal en el Trópico

®Judith Silva
®Judith Silva

El trópico tiene todo lo que no recomienda el doctor: exceso de humedad, exceso de calor, exceso de mosquitos, flora y fauna desconocida, exceso de sol, frituras, deshidratación y un largo etcétera.
Descubrí en carne propia este verano además, que revoluciona el sistema hormonal femenino.  Sí.  No sólo porque anden algunos cuerpos esculturales por ahí a torso desnudo, o inflingiendo movimientos pélvicos asombrosos en las discotheques locales.  No.  Toda la suma de factores tropicales descrita (y seguro que otros más), sumados al jetlag del viajante temporal, puede ocasionar vaivenes bastante asombrosos en su progesterona y estrógenos (a tener en cuenta señorita soltera).
También, y sonrójese usted con la confesión, por mucho que yo crea en el determinismo geográfico (tema ya tratado en este humilde blog), debo decirle que sin aire acondicionado, toda esa maravilla que se desata en la líbido tropical, corre el riesgo de perderse, cual futbolista de la costa jugando en el altiplano.  No hay cuerpo extranjero que aguante el ejercicio sexual a esa humedad y temperaturas.  Así es que por salud, procúrese al menos un ventilador.
Saliendo de este tema a veces no tan evidente, cuando usted tenga la fortuna de visitar tierras tropicales, donde sea que estas se encuentren, además de, por cierto, jamás olvidar el repelente, no olvide nunca su ritmo.  El ritmo tropical es otro.  Nosotros, habitantes de clima mediterráneo, (sobretodo de grandes capitales), queremos todo para ayer.  Quince minutos de tardanza del plato en un restaurant, es motivo de reclamo.  En el trópico, olvídese.  Imagínese el pentagrama, y recuerde la diferencia de la semicorchea y la blanca con punto.  El trópico es la blanca con punto.  A veces con matices lunares ingrávidos.  Una buena recomendación por ejemplo, es llevar cartas (naipes), dominós o cualquier tipo de entretención liviana mientras espera antes de desfallecer de hambre.  Aún cuando no sea algo elaborado.  El tiempo de espera, no guarda relación a veces con la sofisticación.
Todas estas son recomendaciones bien obvias, pero siempre necesarias: no busque lo que en otras partes abunda.  Es como el consejo del buen viajero.  Disfrute lo que hay.  No se esmere en encontrar una librería con artículos científicos de última generación.  Tampoco se exaspere por la lentitud de Internet.  Respire, bucee, coma pescado fritangueado, acuérdese cuándo fue la última vez que se quedó mirando un mar turquesa (modo cliché favorito de los catálogos turísticos).  Cuándo fue la última vez que regateó en un mercado oliente a especias.  Y cuándo fue la última vez que se bañó en un mar tan salado, que no se hizo necesario  aletear demasiado, para simplemente, flotar.

martes, octubre 16, 2012

La vida ¿Es corta? ¿Biofilia a todo precio?

Estuve mirando aleatoriamente algunos post de este blog.  Me parecieron tan naif algunos (me excuso por lo emo del comentario, pero cada cosa que escribo, todavía me sigue pareciendo naif).  Es que no ha pasado poco tiempo tampoco. Siete años carajo !
Y entonces me pongo a pensar por dónde diantres pasaron tantos años.  Y en las cosas que te dicen las personas añosas desde que tienes memoria "La vida es muy corta, hay que aprovecharla" "No te das ni cuenta y ya no tienes la salud para hacer todo lo que querías hacer".  Yo me estoy recién asomando a la treintena, así es que tampoco es que esté declarando mis últimas palabras (espero), pero tampoco creo que la vida sea taaaaan corta.  Últimamente me molesta tanto la conducta biófila de las sociedades occidentales.  En mi reciente viaje a Toronto por ejemplo, fumar es visto con un horror que sólo había visto en las películas gringas.  (Sin embargo, bien que se comen unos bacon fritos con huevo sin asco al desayuno).  La prohibición de fumar en cualquier parte (incluso terrazas), la enfermedad absoluta por la vida sana (y ojo que yo soy una persona que lleva una vida relativamente sana, como verduras y hago todos los intentos por hacer deporte), me resultan altamente sospechosas.
Asumo acá que mi ateísmo no favorece concesiones a la biofilia occidental.  No creo que la vida le pertenezca a ningún Dios en particular, ni que seamos herramienta de alguna religión para llevar a cabo una misión precisa.  Creo que la vida tiene que vivirse lo mejor posible, sí.  Obvio ! Y tampoco creo en las casualidades.  Creo en la bondad de las personas, y que todo, todito lo que haces, tiene una buena o mala consecuencia acá mismo, en la tierra que estamos pisando.
Dicho esto, atiendo la primera pregunta del título.  Por cierto que la respuesta de si la vida es corta, es muuuuy relativa.  Para una persona enferma, o que está sufriendo, la vida se puede hacer eterna, y por eso, como sucede en algunos casos, es bueno tener el poder de decidir terminarla antes por decisión propia (he ahí otro tabú de nuestras sociedades: no a la eutanasia, condena religiosa al suicidio, etc).  Por el contrario, para una persona que disfruta mucho, y que dice literalmente "amar la vida", ésta le puede parecer cortísima y digna de vivir minuto a minuto.
Normalmente para las personas, digámonos, jóvenes, falta mucho paño por cortar todavía.  Entonces la frase de "la vida es muy corta", no es más que una repetición verbal para justificar actos que no tenemos ganas de justificar: "Para que darle vueltas, la vida es muy corta".  Y muchas veces, es una opción bastante sana.

Como no pretendo ser un blog de autoayuda ni psicomagia a la ligera, creo fervientemente que la vida se hace corta para quien no hizo lo que quería, o -en su defecto- no quiso lo que hacía en su momento.  Para quien tomó decisiones pensando demasiado en otros, en convenciones, para quien razonó demasiado y no puso atención a su guata.  O también para quien usó demasiado la guata, y olvidó que hay que pensar un poquito a veces.  Todo esto, acompañado también de quién no miró suficientemente a su alrededor para gozar de las personas que ama y amó, de los amigos, de los lugares, de la familia, de los amores.
Supongo que nadie quiere llegar a viejo y decir "se me fue la vida y nunca hice lo que quería".  Hasta me resulta difícil imaginar que alguien pueda decir eso sinceramente.  Personalmente creo que hay una sola cosa que no me gustaría decir llegando a vieja (y que quede constancia en este viejo blog de aquello): "No quiero vivir más, ¿por qué no me dejan morir en paz?".  Porque, por el momento, estoy trabajando duro en descubrir todos los caminos que quiero y tengo por hacer.
Linda inocencia la de la juventud.  Salud por eso, já !

martes, octubre 09, 2012

Taxi


Después de un verano mirando la otra costa y sintiendo altas temperaturas desde la madrugada, ya volví a París.  La ciudad que elegí para vivir hace tres años que han pasado intensamente rápido.
De vuelta a temperaturas más bajas, a lluvias sin el escándalo maravilloso del trópico, al reencuentro con los amigos, con la ciudad, los museos, los cafés y claro... el estudio (a eso vinimos!), me he encontrado con una nueva sensación reafirmada.  Perdone usted lo autorreferente no? pero bueno, este es mi blog al fin y al cabo.
Esta sensación puede resumirse en la siguiente escena.  Está Usted en una simpática reunión de amigos, o en una fiesta bailando, y de pronto ya siente que se le acabó la batería, que quiere volver a su cama, tibia, con media luz, mientras se pone el pijama y se lava los dientes.  Entonces se despide, agradece le comida, el baile, la compañía y la conversación y se enriela a tomar un taxi.  Cuando se sube, puede conversar o no con el chofer, descubriendo un poco de su historia, o tal vez sólo mirando por la ventana la ciudad semi-vacía, brillante por los adoquines mojados. El taxi la trae a casa, y la escena antes descrita se desarrolla: el ritual antes de dormir, y cerrar los ojos agradecida.
Esa es la actitud, a todo nivel, que me está acomodando tanto ahora.
Ya no tengo ganas de buscar el noctilien (bus nocturno que circula por París), ni caminar horas sola o acompañada, capeando el frío.  Tampoco de un after-party que dure hasta el desayuno (o almuerzo) del día siguiente.  Por ahora no quiero demorarme más de lo que puedo demorar en un taxi a casa.  Lo de exprimir la noche lo he hecho bastante, y tal vez seguramente lo vuelva a hacer.  Por qué no.  Esto no se trata de un viejazo etáreo.  Se trata de la actitud.  De las ganas de no volver a tener frío innecesariamente.  De cuidarse el cuerpo, el tiempo, el sueño, el corazón.  De sentirse en territorio seguro.  En esta ciudad, que ya es mi hogar.

viernes, julio 20, 2012

Cuarto Propio



Estoy viviendo los últimos días de este año académico en este cuarto. (El comienzo y fin de año en el hemisferio norte, es raro para un ente nacido y criado en el sur).
Miro alrededor y me veo multiplicada por todas partes.  Los pañuelos buscando su espacio en la puerta del clóset.  Las imágenes que me cautivaron esparcidas por la pared.  La decena de cremas que disfruto en rituales diurnos y nocturnos.  Los papeles y libros definiéndome en el mueble al costado del escritorio.  El sinnúmero de tés sobre el refrigerador.  La mesita de diario que me hizo tan feliz compartiendo con los amigos.
Es una saudade intensa.  No nostalgia, porque es feliz. 
Estoy sintiendo la profunda felicidad de sentarme a contemplar que eso que he querido tanto, aquí está.
El mapamundi frente al escritorio, abierto, esperando la ansiedad juvenil de recorrerlo de punta a cabo.  La exquisita inocencia de saber que tal vez no pueda hacerlo.  Pero aquí enfrente parece tan recorrible…
Las penas y alegrías de estos meses inolvidables.  De la nieve cayendo en los árboles esqueléticos del Mountsouris, y la alegría sonriente de sus abultadas ramas este verano.  El teléfono sobre el escritorio.  Mudo testigo de conversaciones incontables.  Suena a fetichismo de objetos.  Y lo es.  Pero también es más que eso.  Es la representación de la libertad para construir el cuarto propio.
Radio FIP sonando y rellenando los cuatro costados de este cuarto.
La libertad de pelear por lo que más queremos.
Porque a eso venimos.
(Y la libertad de poder contarlo también).

martes, mayo 29, 2012

Visita


Las historias parecen ser eternas.
Y algunas me gustan.
Porque en ellas,
el tiempo no hace más
que destilar cariño y amor.

domingo, abril 15, 2012

Fotografíame los 30


En París.
Rodeada de amor de nuevos y viejos amigos.
Cantando, bailando.
Pensando con la mirada pegada en mi ventana verde.
La que da justo a un agujero entre follajes del Parque Montsouris.
Escuchando pasar el tram de ida y de vuelta, levantándome y abriendo la cortina con la esperanza que hoy sí haya salido el sol de una primavera que, se supone, ya empezó.
Con una súbita lumbalgia que incluyó médico, inyección, medicamentos, visitas, guatero y masajes. Ahora pienso, un dolor más bien producto de un re-acomodo energéticoestructural que algo más grave. Sólo necesitaba descansar.
Con la nariz levantada en 45º para sentir el aire en la cara, y con la decisión de a veces tomar bus en lugar de metro, para mirar el paisaje de ensueño que se suele olvidar en el túnel.
Con algunos dedos estirados hacia el oeste, y un par de hilos rojos trasatlánticos que aún flotan sin disolverse.
Con amor, esperanza, y la profunda convicción de querer y hacer bien las cosas.
Y bien en el más amplio sentido de la palabra.
Así me pillaron los treinta.

Foto: Hugo González.

domingo, marzo 11, 2012

Rumba Improvisada


En mi radio-random favorita (www.fipradio.fr) apareció esta composición de Paco de Lucía. Y con la indescriptible rapidez del cerebro humano, viajé a más de veinte años atrás, cuando acompañaba a mi hermana mayor a sus clases de gimnasia rítmica, (supongo que a razón que mi madre no tenía con quién dejarme en esas horas). Mi hermana se había cambiado de colegio, y yo también, por lo que ya no hacíamos deporte juntas. La coreografía, repetida una, y otra, y mil veces, llevaba esta música. La cinta rosa, con estilete simulación madera, y la malla rosada y negra, me parecían perfectamente unidas al ensamblaje de cuerdas, bajo saturado y bongó que sonaba en los grandes parlantes del gimnasio del colegio.
Mi hermana debe haber tenido unos doce años y yo nueve. Estábamos todavía en una etapa en que, (quienes tienen hermanos de edades parecidas me comprenderán), éramos tratadas como una persona común. Mi mamá, primos y familia en general confundían nuestros nombres, nos vestían parecido (sino igual), y ambas usábamos anteojos. De esos pesados anteojos ochenteros nada confortables, menos a la hora del deporte.
Imagino - y creo recordar- que sentía la clara y obvia admiración de la hermana chica por la hermana grande. Compartíamos habitación, juegos, amigos, vacaciones, ropa, comida, peleas. Cuando caminábamos desde la casa hasta nuestro antiguo colegio para ir a clases de gimnasia rítmica, cantábamos siempre la misma canción, haciendo exactamente la misma coreografía. Ese afán repetitivo de la infancia y pre-adolescencia que pareciera cobrar sentido cuando eres adulto. Cuando eres niño eres capaz de ver cien veces la misma película, de repetir cien veces el mismo cuento. Tal vez sea para que luego, después de veinte o treinta años, no te olvides que fuiste niño y disfrutabas de esas simplezas como nadie.
Recuerdo el día de la presentación final de esa coreografía. Los días de graduaciones y presentaciones escolares, eran los más importantes de tu vida. Fiestas inolvidables en que todo debía salir perfecto. Donde las madres se maquillaban, se ponían sus mejores joyas, aparecían los padres con videograbadoras último modelo traídas, tal vez, de un viaje a la Argentina. Yo estaba igual de nerviosa que mi hermana, y repasaba mentalmente cada uno de los pasos, rogando que en el momento peak de la coreografía (el lanzamiento de la cinta al aire), ella la cogiera justo a tiempo, para que todo el esfuerzo de sus ensayos valiera la pena.

Evidentemente mi hermana y yo crecimos. Paulatinamente dejamos de vestirnos iguales, de comer lo mismo, la gente dejó de confundirnos los nombres. La formación del carácter y la necesidad de espacio hizo que no compartiéramos más habitación, y pronto tampoco la misma casa. Mis primeras y mayores inversiones fueron -y siguen siendo- en viajes diversos, hasta encontrarme donde estoy ahora. Ella invirtió siempre en tierra: su primer computador para diseñar, su trabajo, y ahora la linda familia que conforma con su novio y mi maravillosa sobrina.
Esta composición de Paco de Lucía aparece en el álbum Entre Dos Aguas (1976). Y ese nombre me hace tanto sentido ahora. Porque hoy estamos entre dos aguas. Tal como lo zigzaguean las uñas de De Lucía. Ambas enlazadas por cortos chats trasatlánticos.
Pero en el fondo, ella lleva una parte de mí y yo una parte de ella, que no se irán jamás. Porque desde la naturalidad siempre pensé que éramos una. Desde que usábamos la misma ropa, cuando nos preguntaban si éramos gemelas, hasta ese momento de la presentación final de gimnasia. Cuando aplaudí feliz al ver que tomó exitosamente el estilete desde el aire, para finalizar su coreografía.

jueves, febrero 23, 2012

PostalService

Estos días he recibido correo postal.
Regalos, cartas, libros, fotos. Todo físico. Tocable. Tocable por alguien que eligió eso para ti. Que lo puso en un sobre, escribió con su letra tu dirección, y fue al correo, con la ilusión de calentar tu corazón al otro lado del mundo.
El correo postal, dicen, es una especie en extinción. Como los libros. Como las cartas. Como las postales. Como las fotografías en papel. Justamente toda esa sincronía de cosas que me ha hecho tan feliz estos últimos días. El apocalipsis de la virtualidad, no acabará por reemplazar esa experiencia única.
El teatro no se acabó cuando se desarrolló el cine. El cine no se acabó cuando se desarrolló la televisión. La radio no desapareció con la tv tampoco. El Kindle no superará a un libro que -sin descomponerse- puede guardar granos de arena, de unas vacaciones inolvidables.
Preferir el sur al norte, te deja sin desierto. O sin el abrazo de un bosque.
Todos esos augurios atragantados, olvidan eso que el Sr.Lavoisier enunció hace más de doscientos años, en esta misma ciudad donde estoy plantada ahora.
Respiremos. Mandemos más cartas. Planifiquemos más vacaciones. Comamos más verduras, y digamos más el amor que nos tenemos. Así de budistajipizenmeditabunda. Que no se note (de esa) pobreza.

sábado, febrero 11, 2012

Vietnam: la section Anderson


(Un documental de Pierre Scoendoerffer, 65 minutos, transmitido por el programa Cinq colonnes a l'une, 1967).

Suena la bocina de atención del correo. Todos disimulan no estar ansiosos. O tal vez alguno verdaderamente no lo está. Porque no quiere saber cómo está el mundo allá fuera. Porque con los diez días de lluvia persistentes es suficiente. Porque tal vez su novia dejó de esperarlo, o no quiere leer las letras de su madre, que esconden bajo una cuidada caligrafía, una descuidada angustia que no la deja dormir por las noches.
Un soldado que silba mientras abre una carta, mira a su alrededor y espera enfriar la ansiedad silbando. Qué habrá en ese papel esperado. El secreto que no se sabrá jamás.
El mismo secreto que cada soldado que ha partido a una guerra, se lleva para siempre. Ya sea en el campo de fuego, o cincuenta años más tarde, en una (in)tranquila cama de hospital.

martes, enero 24, 2012

Carencia Programada


En mi residencia universitaria (por si no lo había contado, la más linda del mundo mundial), ayer estuvieron haciendo reparaciones técnicas y cortaron teléfono e internet todo el día.
Coincidentemente tampoco tenía clases, y ando con una tos del demonio, por lo que aproveché de quedarme en casa.
Al principio, al constatar que el navegador no abría ninguna página, hice todos esos trucos que hacemos cuando eso sucede: desactivar/activar airport, cerrar abrir, reiniciar, comprobar todo una y otra vez, etc. Como soy una maldita dependiente, tengo mi iphone conectado 24/7, donde pude comprobar (en el fcbk de mi residencia), que había corte telefónico y de red completa (y pánico cundiendo entre los residentes).
Entré, evidentemente, en pánico también (aún teniendo, repito, mi estupendo aparatito conectado todo el tiempo).
Y como para un adicto el primer paso, en el que se reconoce que se es adicto, es el más difícil, me tardé en aceptarlo.
Y entonces me puse a hacer cosas. Como leer mis libros. Como lavar el alto de ropa que tenía pendiente, menesteres domésticos, de belleza, yoga, tertulia nocturna con compañeritos, y hasta ir a jugar billar con mi nuevo amigo iraní.
Hoy no quise averiguar si el internet había vuelto. Seguí haciendo como que no había, me levanté temprano, (sí, lo admito, revisé rápido mi correo en el iphone), hice más orden y limpieza, y fui a hacer compras que también tenía pendientes.
Ahora, al regreso, mientras figuro sentada frente a mi computador, en la posición más recurrente del 90% de la gente que habitamos en este lugar, me planteo qué tal sería autoimponerme un día a la semana sin internet.
Así como una se hace la voluntad de intentar hacer deporte, de intentar comer sano, de subir la escala normal, en lugar de la mecánica o el ascensor.
¿Qué tal estaría mi voluntad para alejarme un día, sólo UN DÍA, de estar enchufada al 100%?
¿Cuánto nos perdemos (asumiendo que ganamos mucho también), por estar clavados en la pantalla de nuestro computador/tablet/smartphone, etc?
Re-aprender que no todo puede estar a un click de distancia (o menos?)
Sin ir más lejos, en la tertulia con mis vecinitos de residencia, cada vez que intentábamos dar un argumento en torno al tema de discusión, alguien decía "búscalo en wikipedia". Hasta que alguien dijo "podemos sólo discutir, sin wikipediarlo todo?"
Y viene a mi mente la imagen cliché de los cortes de luz en mi ciudad natal, Santiago de Chile. Corte de luz, y la familia reunida en torno a velas conversando, esperando el momento en que llegue la electricidad, o que se haga tan tarde, que haya que ir a acostarse en la penumbra.
No estoy hablando que todos estos aparatos están vinculados al demonio, que nos deshumanizan radicalmente o que nos pueden producir cientos de cánceres. Para eso están las religiones y las revistas científicas.
Sólo quería abrir mediante este post, el pensamiento de dejar un poco de tiempo al azar.
De hacer el (tantas veces necesario) ejercicio de la carencia programada.