domingo, diciembre 12, 2010

Faltando Rock

De un tiempo a esta parte, me puse a leer mucho diario, mucho tweet, mucha red social, mucha peli. Que está bien igual. Pero abandoné a mi amante favorito. Lo dejé de lado como si estuviera pasado de moda, como si ya no me diera el placer infinito que me dio en los primeros años. Y hoy vuelvo con el rabo entre las piernas.
En la espaciosa grandeza (y a veces impotencia) de la cesantía que me tiene haciendocosasparalasquenoteníatiempo, me acordé que hace mucho que no escucho música. O sea. La escucho todo el día. Escucho radio muchas horas al día. En los trayectos siempre voy enchufada al ipod, y por internet siempre estoy escuchando algo. Pero el amante ha pasado a ser casi ambiental. Y declaro mi mea culpa ante ello. Sobretodo por un asunto bien egótico: la experiencia de la música no puede compararse con nada. Y me asusté hoy mientras pensaba en la ducha, que llevaba demasiado tiempo sin pegarme con ninguna banda, con ninguna canción, con ningún disco que me volara la cabeza. Y lo necesito. Toi con síndrome de abstinencia musical, y no sé cómo he podido vivir tantos meses sin cantar, cabecear, bailar. Antes se me iba la mitad de mi plata yendo a conciertos. Ahora no me acuerdo cuándo fue la última vez que fui a uno. Mal.
Me está faltando rock, y algo hay q hacer por ello. Eso.

miércoles, noviembre 03, 2010

Tengo una intuición

No quiero ver más documentales que añoren llorando el pasado.
Ni la pérdida del entorno ecológico pseudo virginal de algún lugar.
No es q no los haya disfrutado, ni me haya emocionado con ellos. Tampoco escupo al cielo que no vaya a caer en hacer uno de esos con la voz en off que uno ruega por no seguir escuchando.
La vida da muchas vueltas.
Pero el modelo de documental recontado, racontado, una y otra vez; irremediablemente unido con el pasado por una paternidad aristotélica, agota.
¿Qué quiero ver?
No sé. Reflexión. Imágenes sin palabras. Dispositivos simples. Sin trampas. Colores, texturas. Sentimientos sin letras.
Debe ser porque yo hablo y escribo demasiado. Bueno, esto lo hicieron los videoartistas hace como cincuenta años. Pero no importa. Esa es la intuición ahora. Y yo siempre he sido una conservadora; suelo llegar tarde a la vanguardia.
Si tiene alguna sugerencia, se agradece.

martes, noviembre 02, 2010

Confiar en el talento. Aguantar. Confiar. Esperar. Amar. Respirar y esperar. Hacer, crear, pensar, proyectar. Caminar, volver, construir, enseñar, escribir. Volar, nadar, soñar.
Volver a confiar. Volver a esperar.

lunes, octubre 25, 2010

Crónica de Panamalandia


En Ciudad de Panamá no hay librerías. O hay una. Dos tal vez. Hay pocos museos, exceptuando los que hablan del canal en sus distintas vertientes. Hay un mundial de piano del que me enteré, porque comí con una pianista. No hay cien obras de teatro al día, ni ciclos de documentales de países con idiomas desconocidos. No vi danzas en las calles, ni pintores retratando nada.
Pero hay verde. Grueso, extenso e intenso verde que lazarea cada comienzo de estación húmeda (lo que nosotros llamaríamos "invierno" acá). Que surge como un milagro luego de una estación seca que seca todo; todo, menos el canal, por suerte.
El canal y sus exclusas bien resumen la historia de este país. Exclusas y aguas que suben y bajan, barcos que entran y salen, llevando, trayendo, sacando, mostrando. Estados Unidos como el gran hermano, mirándolo todo. Sí, todavía ahora, cuando han pasado once años desde que Panamá recuperó el control del canal.
Los panameños son amables, hablan fuerte, pero miran desconfiados. Hay un silencio frente al blanco extranjero. Cuando ven que hablo español nativo, cambian la expresión a una más relajada.

Hay muchas 4x4. Diría que todos tienen una. Y que si no tienes auto, tienes que tomar los llamados "Diablos Rojos". Unas micros, como las que habían en Santiago antes de las micros amarillas; entiéndase, la Recoleta Lira, la Macul Palmilla, la Portugal El Salto. 20 años atrás. Les ponen de todo encima: luces, balizas, guirnaldas, santos, alas de tiburón, parachoques impenetrables. La frecuencia de los diablos rojos es tan incomprensible e inesperada, que es bueno optar por el taxi. En el taxi escuchamos música, si pudiera describirse sería algo así como tropicalmerenguehiphoptecnodance. Hay un locutor que habla encima de las canciones, con risas falsas; igual que las radios de los taxistas chilenos. De pronto un locutor panameño habla del minero que tenía una esposa y un amante. Le ponen un tema. Como el Rumpy. No sé de dónde sacan que somos tan diferentes al resto de lationamérica, ¿Es q no toman micros, taxis, no entran a cocinerías, terminales, barrios de mercado?
Nos abrigamos al entrar a cualquier parte: el taxi, el mall, el café. Porque tener frío da status. Entonces gastan mucho dinero en el aire acondicionado, y más dinero en el cobertor de plumas de la cama king. En el mall vi parkas. Botas también. Mis pies con la temperatura del mall se sintieron como tocando el agua de los ríos del sur chilenos. Paralizados del frío.
Al salir y respirar la humedad que te roba todo el aire, me acuerdo que una vez entrevisté un exiliado chileno que tuvo como primer destino Ciudad de Panamá. Me contó que llegaron con bototos directamente desde los campos de concentración de la dictadura. Allá les dieron guayaberas y sandalias que usaron en un principio con pudor.
Entrando al Casco Antiguo, me acuerdo de Valparaíso. Un centro medio abandonado, comenzado a ser restaurado por artistas y hoteles boutique, que buscan anhelantes rasguñar la historia, antes que la naturaleza, la humedad, la sal y la pobreza, se la lleve por completo. Está la catedral. Frente a la plaza. Como sucede en América Latina. Pero esta es la más original que he visto: su fachada está pixelada en piedras de distinto verde. Es como el caparazón de una tortuga. Tortuga tropical que resiste todo tipo de embates del tiempo y los años.
En el Patronato de Panamá Viejo hay ruinas. Indígenas Kunas circulan envueltas de sus bordados, esas especies de polainas coloridas que me hacen tropezar por no mirar al frente. Venden sus cuadros, estuches, aros, y cachureos a los turistas. Veo una madre que hurguetea la cabeza de su hija y me acuerdo lo graciosa que es la palabra pediculosis.
Entre las ruinas del Panamá Viejo se asoma turgente una torre. Una torre de una iglesia que no existe más que en la proyección de piedras cubiertas de musgo verde. Desde la torre está la vista que te hace suspirar por Panamá. Por su historia devorada por pestes, sol, lluvia, la humedad invencible. Por los bailes que enredan el poderío yankee, la macumba, el colorido y grito de sus pájaros. Es una bella cintura, apenas un botón de lo que escurre por esta américa espumosa y hermanada por la historia y los océanos que la rodean.

martes, septiembre 14, 2010

La Tierra que Habla (y los que no escuchamos)


Nací en Santiago de Chile. Crecí en esta ciudad. Nunca he vivido en el campo, aunque adoro su paz y desde pequeña lo conocí muy bien durante mis vacaciones. La única vez que he vivido fuera de Santiago, viví en París. Y ahí fue cuando me di cuenta que en Chile el paisaje habla todo el tiempo. Hablan las extensas áreas de tierra que se recorren apenas saliendo una hora de las capitales. Hablan los ríos que se cuelan en las ciudades como recordándonos que no se nació en el cemento; que las alturas la daban peumos y algarrobos, no torres titánicas, ni banderas bicentenarias. Entrando un poco en cualquier pueblo, te das cuenta de lo enajenante que resultan las capitales. Y no quiero hacer aquí una apología del primitivismo feliz, en lo absoluto.
La ciudad nos da ventajas, comodidades y un estilo de vida que muchas veces nos hace olvidar que convivimos en un territorio con una geografía, física y humana, que es bien distinta a la nuestra. La dictadura de la capital, de su armadura de espejos y mirada ciega hacia la productividad y el éxito, nos corta la mirada. Nos droga con la autopista a la puerta de la casa, y la comida a la puerta de la casa, y el servicio a la puerta de la casa. Y así es como no vemos no sólo la cordillera nevada; una maravilla cliché de nuestra ciudad, imposible de ignorar luego de un día de lluvia. Sino que tampoco vemos, ni empatizamos en serio con 32 personas que prefieren no comer nunca más, antes que seguir con el tratamiento que este Estado, civilizado, capitalino, les sigue dando a pesar de tal civilidad. Con esta República que no es democracia, porque de lo contrario, no tendríamos 33 trabajadores sepultados en el sur, ni tomas de propiedades en una isla anexada a la fuerza.
La política, la contingencia, la civilidad de nuestra época, nos exige llevar los temas con moderación. Pero así como Enrique Mac-iver declaró en la celebración del centenario de la República que "no éramos felices", hoy tampoco somos un mejor país, pateando al futuro siguiente el tema Mapuche, el daño a nuestra flora y fauna, la falta de respeto a la autodeterminación de los pueblos. Así como en el centenario el pueblo se escandalizó por esta afirmación de no ser felices, hoy debiéramos escandalizarnos porque no escuchamos la tierra donde vivimos. Nos olvidamos que vivimos en un entorno que es más que un recurso natural, y no queremos combatir la corriente del capital que afirma que sí lo es. No se trata de ser los hippies de mierda de los que, con infortunio, habló una autoridad regional. Se trata de levantar la vista, mirar la cordillera, y no bajar la cabeza para mirar el manubrio de mi auto. Se trata de entender que ya ni siquiera es para "que nuestros hijos tengan un futuro mejor". Se trata de hoy, de nuestra calidad de vida, de nuestra capacidad de relacionarnos con los otros. De enterarnos que hay poco que celebrar, cuando quienes construimos piedra a piedra este país, simplemente no somos felices, porque no estamos dispuestos a escuchar (ni menos oír) nada.
(Nada excepto el ipod que me escuda de no mirar al vecino en el metro de vuelta a la casa).

viernes, junio 25, 2010

28


Es un hecho que no tengo quince. Que la vida ha avanzado. Que hemos crecido.
Que me encuentro viva con amigos, con los que hemos hecho vida. Hemos ensamblando los legos con nuestros talentos y nuestras pasiones. Y me lleno de orgullo, y se me llena de nudos la garganta al ver sus películas, sus videos, escuchar sus canciones, leer sus libros. Me llena de orgullo visitar sus casas, oír lo que han madurado sus proyectos, ver crecer a sus hijos. Ver cómo, con todo el sacrificio que significa a veces, hemos hecho lo que nos gusta; lo que amamos, lo que nos sale de la sangre.
Cierro los ojos y suspiro dando las gracias. Porque saber lo que se quiere y jugarse los días por ello, es algo que admiro. En todos nosotros, compañeros de caminos y de viajes.

sábado, junio 19, 2010

eltiemponoimporta

miércoles, junio 02, 2010

FIDOCS 2010


Anoche fue el esperado estreno de "Nostalgias de la Luz", última realización de Patricio Guzmán, película encargada de abrir el Festival Internacional de Documentales de Santiago.
Esta vez la inauguración se realizó en la sala de Matucana 100 en una proyección en 35 mm de la película. Es cierto que esta sala es más pequeña, y redujo muchísimo la cantidad de invitados, pero también es cierto que el salón Fresno de la PUC, no es propiamente una sala de cine y, si bien ampliaba la cantidad de ojos mirando, reducía de manera significativa la calidad de proyección y visualización de la película de apertura.
Recuerdo hace un poco más de un año, haber entrevistado a Pato Guzmán en Santiago a propósito de otros temas, y él venía llegando hace sólo un par de días de la finalización del rodaje de esta película. Todavía estaban en su casa en SCL todo el plan de rodaje e ideas sueltas pegadas en papeles en la pared del comedor. Le preguntamos de qué trataba, y nos contó algunas imágenes con las que me reencontré ayer: el desierto, las estrellas, el cosmos, los huesos, la arena, los testimonios, el dolor de la desaparición.
Patricio Guzmán tiene un caracter especial. Su manera de hablar, de expresarse parecen venir siempre de una profunda reflexión de lo que se dice y hace. Y esa vez no fue la excepción. Venía conmovido por la experiencia del desierto. Y eso es algo que cala hondo al viajar por su película.


No quiero contar mucho más, porque la idea es que la puedan ver. Yo me emocioné mucho. Y reconozco que no soy fan de Pato Guzmán. Encuentro cierta razón a un comentario que escuché a la salida de la proyección anoche: El cine de Pato Guzmán es paternalista. Y sí, lo es un poco. No deja mucho espacio para que el espectador busque su interpretación, sino que decide siempre intervenir con voz en off contando lo que sucede. Pero convengamos también que ese es, a estas alturas, el sello de Pato Guzmán. Puedo amortiguar el peso de tanta voz en off, primero, contando con que él hace sus películas pensando en una gran cantidad de espectadores: en quienes no saben ni dónde queda Chile, en quienes no hablan español, en quienes saben poco de la dictadura chilena, en quienes van al cine a buscar memoria, entre otros casos. Bajo ese punto de vista, el cine de Guzmán siempre será un cine necesario. Aunque resulte a veces incómodo estar escuchando su relato constante de las cosas (válido es decir que en esta película su relato se reduce bastante comparada a otras anteriores).

La fotografía de la película es un lujo, así como también el sonido y la calidad de la imagen. No es sólo un punto de vista muy particular el que se muestra (lisérgico según algunos, ya que mezcla estrellas, desierto, memoria, pasado, universo), sino también una experiencia estética preciosa que hace que mañana quieras salir corriendo al desierto. Un viaje-experiencia interesante de vivir.

Pero no sólo de Guzmán vive Fidocs (aunque este año hay una retrospectiva de él que es buena opción si no conoce su filmografía, o para reencontrarse con La Batalla de Chile, en sus tres partes proyectada en sala). Si se me permiten recomendaciones, yo no me pierdo La Danza , el Ballet de la Ópera de Paris, de Frederick Wiseman, ni tampoco me pierdo Irene, de Alain Cavallier, que también estuvo en la selección oficial del último Festival de Cannes.

Para los fanáticos del cine observacional, les recomiendo Nenette, la última película de Nicolas Philibert, que tuve la oportunidad de ver (junto a él!) en Paris. Debe ser la mejor representante del minimalismo estético y técnico característico de Philibert.

Le dejo aquí el link de la página oficial y este otro de un especial de la tercera (la programación carga mejor ahí), para que se entere de la programación, los lugares (este año se sumó el Museo de la Memoria, proyectando películas relativas a los DDHH) y todas las cosas que quiera saber de esta versión de FIDOCS. Le digo en serio, no se lo pierda. (Ojo que el abono sale sólo seis lucas).

miércoles, mayo 12, 2010

Planta Tropical


Nunca se me había pasado por la cabeza comprar una planta. Como que esas cosas están en la casa. Como que llegan por arte de magia.
Cuando él llegó al que era el lugar más frío y poco hogareño, decidió que nuestro primer paseo por los barrios, sería para comprar unas plantas.
Ahí me di cuenta que serían los meses más felices. Y que había encontrado el mejor regalo. Afuera estaba la nieve, pero adentro la planta tropical abrazaba todo.

lunes, mayo 10, 2010

Ir a Bailar


Celebrando mi retorno a SCL fuimos con mis amigas a bailar. Amo bailar, y me encanta bailar por horas hasta que cierre el lugar. No me canso. Sólo si me ahogo por el cigarro soy capaz de detenerme. Por cierto eso es algo que no extrañaba de Chile, y que amé de Paris. Fumadores puertas afuera, como debiera ser para no terminar con tu ropa podrida a humo de cigarro.
Bueno, como decía, me encanta bailar. Y tengo mis lugares favoritos para hacerlo (sigo pensando que en Santiago no hay muchos buenos lugares para bailar).
Prácticamente nunca acepto bailar con hombres deconocidos. No es por mala onda. Ni por soberbia. Ni tampoco de macabea. Es sólo para evitarme justo lo que me pasó anoche (de hecho aún estando soltera sin compromiso he aceptado bailar con un desconocido)
Situación: grupo de mujeres juntas bailando. Hombres se acercan y se reparten las amigas. Si una dice que no, no se puede. Pero como ando calma por la vida dije, bueno, qué tanto, si es bailar no más. Siete segundos después el hombre preguntando cómo me llamo. Y yo que tengo un nombre difícil (digamos, no me llamo ni Claudia, ni Carolina), qué lata. Inventar un nombre. Nueve segundos después "y qué hacís?". La pregunta típicamente chilena y latera, si consideramos que el contexto es una pista de baile con los decibeles superando el límite de lo recomendable. "y cuántos años tenís?". Ya qué lata. ¿Cómo le cuento que fui a bailar? ¿Que no me interesa ni cómo se llama, ni qué hace, ni cuántos años tiene, ni qué pretende hacer de la vida? Yo quería BAILAR.
Y entonces de pronto no sólo me vi acosada por las preguntas, sino también por el espacio, con los pies topando el guardapolvos de la pared, y ya ni siquiera teniendo espacio para bailar. Algo se dio cuenta el hombre y fingió que le llamaba su amigo por celular. "Voy a ver qué le pasa a mi amigo". Lo miré de reojo y dándome media vuelta sentí el alivio. El invento de la llamada no hizo más que corroborar mi teoría: cuando voy a bailar es sólo para eso. Cuando he querido buscar otro tipo de contacto, claramente los busco en otra parte (de preferencia donde se pueda ver y escuchar mejor).
Sí, soy una enchapada a la antigua. A mucha honra.

jueves, abril 29, 2010

Ropa de Guagua


Hace unos cinco meses supe que mi hermana mayor estaba embarazada. Una guagua, como el 80% de los casos, inesperada, pero no por eso menos bienvenida.
Entonces luego del shock inicial, han pasado los meses (meses en que no he visto crecer su panza, porque estamos a 20 mil kms de distancia), y me ha caído la teja de que seré tía.
Mi vínculo con las guaguas no es nada directo. No entiendo a mis amigas que babean con sus sobrinos y sobrinas, aunque respeto el amor por los niños, obvio.
Un día (creo que lo conté otra vez en este blog) iba con una amiga por un mall y decidí cambiarme de pasillo porque habían muchos niños juntos. Entonces ella paró y me dijo "Shida !!!!! son niñoooos !!!!" Sí, me hizo sentir como Gargamel. Y sí, soy un poco Gargamel, lo admito. (Esa misma amiga me retó otro día por preguntarle si las guaguas veían en blanco y negro; cosa que yo encontré de lo más normal).
Pero hoy tuve un encuentro del tercer tipo. Paseaba por la primaveral Paris buscando ropa veraniega para mí, y de pronto me vi frente a una vitrina de ropa infantil. De esas que una no entiende para qué existen. Como que ocupan espacio innecesario en los centros comerciales. Hasta ahora, claro. Ahí me vi, mirando trapitos del porte de mi mano (que cuestan lo mismo que uno diez veces más grande) pensando en cómo Amparito (así se llamará mi sobrina) se vería dentro de esa rosada camisetita.
De pronto desperté y me vi con esta camiseta frente a la caja. ¿Qué es estooooooooo????? Estoy absolutamente segura que estas tiendas tienen mensajes ocultos en su música ambiental que hacen olvidar el tema de los pañales, de la papa a las cuatro de la mañana, del reflujo, las encías que duelen, eso sólo por nombrar el comienzo. Qué miedo. Creo que jamás había comprado ropa de guagua en mi vida. Bueno, la verdad es que nunca he tenido una sobrina en mi vida. Así que veremos qué tal resulta este experimento.

Por lo pronto, y para continuar con el episodio, pasé a la librería de enfrente a comprarle un libro con palabras básicas en francés. De esos libros para niños con cartón duro y colores primarios.
Mi hermana me dice que falta un poco para que lea. Que primero estaría bueno esperar a que nazca. Por mi parte, le eché la culpa al mensaje subliminal de la tienda de ropa de guagua. Son ellos los culpables de todo.
De todas formas a Amparito le va a hacer regio saber francés, já.

sábado, abril 24, 2010

Latino: Ser o No Ser, he ahí la cuestión.

Lo que voy a decir no es nada nuevo. Desde que Cristóbal Colón llegó a la que siempre creyó las Indias, se supo que en nuestro continente la cosa era más movida. Más sabrosona. Más picante si quiere Ud.
El cine ha sido un gran promotor de este cliché: el (obrero, panadero, jardinero) latinlover, o la (nana, mesera, secretaria) latina hot. Holywood ha hecho un flaco favor a la imagen del hispanoparlante picarón. Pero como todo cliché, algo de cierto tiene, y algo de exageración también.
En contraparte, existe el prejuicio_mito_cliché del europeo fome. Cuadrado, latero, blancucho, tieso y malo para el mueve_mueve. Excepciones se cuentan, claro, entre europeos latinos: españoles, italianos, portugueses salvan moviendo la patita o siendo más calurosos en sus contactos personales diarios.
Recuerdo mis primeras clases de geografía en la Universidad. La profesora se negaba rotundamente a las teorías positivistas que avalaban el determinismo geográfico. Esto es en dos palabras: los tropicales y bananeros trabajan para la subsistencia porque el calor no te permite otra cosa; los europeos de países fríos se sobrecalientan la cabeza porque no tienen un clima que les permita estar en la playa vegetando. Entonces se ponen a leer, a hacer teorías y a hacerse nudos teóricos en la cabeza. Entonces como yo fui a la universidad a aprender, le compré el asunto completo. Digamos fervientemente ¡no! al determinismo geográfico y sus teorías reduccionistas.
El entusiasmo me duró hasta que crucé el trópico de capricornio y el ecuador en dirección norte. De qué estamos hablando por favor. ¿Qué duda cabe que los habitantes de ciudades andinas con grandes alturas son ultra tranquilos? ¿Es que acaso con menos oxígeno en el cerebro eres igual??
¿Es que alguien puede imaginar que despertar con 28°C a las siete de la mañana es igual que mirar por la ventana y ver oscuridad y nieve? Me hice una determinista geográfica, para el poco orgullo de mi profesora llamada Gloria. Su entusiasmo anti-determinista, no tuvo gloria en mí.

Hoy, llevo casi ocho meses viviendo en Europa. Me pasé el fin del otoño y uno de los peores inviernos que recuerdan los Parisinos en su ciudad (siempre el último es el peor según me he podido dar cuenta). Y yo, que soy una declarada una religiosa de la cultura tropical y bananera, he sufrido como un chancho.
Concordemos que soy chilena. Y que Chile no es un país tropical. Es más, concordemos que cualquier atisbo tropical en Chile (entiéndase música, lentejuela, o exceso a lo Farkas), resulta ser una rotería. Pero una vez escuché a Pato Fernández decir que cualquier persona que haya salido del continente y se haya encontrado con otro latino, las cosas comunes nacen sin mediar segundos. Le encontré toda la razón. La semana pasada me vi en una reunión_carrete junto a una colombiana, una mexicana, un peruano y una española hablando como vecinos que somos. No había ni que traducir mucho. Y pusimos salsa. Y todos, algunos mejor, otros peor, bailamos sin mayor dificultad.
A mí me encantó ver a Américo este último festival (lo vi por youtube mientras afuera de mi ventana caía la nieve). Y no cabe duda de que escuchar una canción de cualquier artista tropical te sube el ánimo y te deja en un nivel de optimismo mayor que si escuchas alguna chanson de cuatro notas bostezona. Ya. Si sé. Europa tiene lo suyo.
La historia, las ciudades, también la gente. La vanguardia que se respira en ciudades como Londres o Berlín, no son comparables a ciudades donde el agua es cristalina y puedes andar a pata pelada todo el día y toda la noche. No son comparables porque son amores distintos. Y resulta de lo más curioso que una saliendo de su país vaya descubriendo cada vez más lo chilena y lo latina que te sientes. Porque el contraste revela el holograma que somos. Y yo no puedo decir otra cosa que por una parte nací en una tierra más fría que el resto de mi continente. Pero que por otra, viendo una mala película de JLO haciendo de nana latina, me siento mucho más identificada con ella que con el patrón intelectual que Chile siempre ha querido ser. Y esa negación de la latinidad que existe en muchos sectores de Chile, junto al desconocimiento de la existencia de otras culturas tropicales (mucho más parecidas a nosotros que la europea) me parece no sólo sospechosa, sino también poco ventajosa para definir en buena forma nuestra retocada identidad.

jueves, abril 22, 2010


El final de un viaje, es siempre el comienzo de otro

lunes, marzo 15, 2010

Estar Lejos


He estado pensando varios días de qué y cómo podría abordar el tema del terremoto en mi país. He pensado en levantar una crítica a quienes no reaccionaron a tiempo, a quienes no aprobaron el presupuesto para que las entidades correspondientes tuvieran lo necesario para responder a una catástrofe probable como ésta. He pensado también en hablar de quienes, horas pasado el terremoto, por televisión me hicieron llorar de angustia y emoción. Hasta que debí apagar la transmisión por internet, porque me di cuenta que llevaba dos días en pijama sin salir de mi casa, con la angustia de estar lejos.
Y entonces de lo único que puedo hablar es de eso. De estar lejos.

De no poder parar de llorar al escuchar a una mujer de Iloca, que perdió todo, dando las gracias porque está sana y tener manos para trabajar. De no saber si juntar ropa será necesariamente útil para ayudar en Chile. De no dejar leer la prensa chilena por internet cada mañana, para saber qué grado fue la última réplica de la madrugada. De no dejar de abrazar a mi novio cada noche y dar gracias porque nuestras familias están sanas y salvas.
Somos muchos los que estamos lejos. Y a todos nos pasó parecido. Nadie podía desenchufarse de las informaciones en los primeros momentos. Pero hubo que hacerlo. Porque aquí sales a la calle y la gente habla otro idioma. Y apenas se enteraron del terremoto. Y tal vez algunos colegas te preguntan si tu familia está bien. Entonces uno tiene que continuar viviendo lo más normalmente posible.
Como deben hacer todos también en Chile. Antes de enloquecer con las réplicas, antes de caer en la angustia de pensar en todo lo que pudo, o lo que puede llegar a pasar. Porque un día podemos tenerlo todo, y otro día no tener nada.
O podemos un día creer estar muy lejos, cuando en verdad, no hemos ido a ninguna parte.

miércoles, febrero 24, 2010

Vacances

Estoy de vacaciones de invierno, pero estoy terminando un libro que parece que no terminaremos nunca. Pero lo haremos. Lo sé, y espero estar en Chile para presentarlo.
London calling y yo voy. Me voy unos días de soltera pal norte. Él se va a Madrid. A trabajar.
Digamos que es el ensayo general de separarnos de nuevo. No es fácil el amor en tiempos del 2.0.
No lo es. Pero no sé si alguna vez lo fue. Y no sé si alguna vez no valió la pena.
Entre aviones, fronteras, esperas, aeropuertos, departamentos arrendados y otros idiomas, todo esto vale más que la pena.

martes, febrero 02, 2010

Château Rouge

Tenemos una casita pequeña. Un departamento en el 18 arrondisement.
Dos plantas. Objetos de cocina, una cama grande, con calientacamas en mi lado.
Él se ríe de mi amor incondicional por el calientacamas, pero igual a veces lo pillo en mi lado calentándose los pies.
A veces él llega y la comida caliente está lista.
A veces llego yo y hay velitas en la mesa esperándome para sentarme a comer.
Hace más de un año hablábamos de poner cortinas en nuestro idílico departamento en Paris.
Hoy día las abrimos todos los días para que entre la luz de la mañana.
Es invierno afuera, pero aquí dentro siempre hay otra estación más tibia.

viernes, enero 22, 2010

La Peuca

La peuca siempre es peor que tú.
Se viste peor que tú, se maquilla peor que tú.
Su pelo es más feo que el tuyo.
Está (es) out.
Es tonta. Gorda. Poco interesante.
No habla de corrido, y seguro (seguro) ve matinales.
Es simple, básica, lee autoayuda disfrazadas de novelas best-seller,
no entiende de música, ni hablar de cine.
La peuca ni siquiera da para enemiga, porque eso sería reconocerla.
Es la otra no más.
Como para un blanco, un negro en el apartheid (o viceversa).
La otra es exhibicionista, y hace cosas ridículas y de mal gusto.
Ah! tiene una falta de ortografía intolerable.
La peuca puede que ni la hayas visto nunca.
La peuca también puedes ser tú.