"Prendre notre vie on mains ... vivre prendre à risque, tout est difficile..."
Me gusta terminar este año y comenzar el siguiente con estas palabras.
Shan, shan.
Jueves 4 de Diciembre
“Round Midnight” (1986)
de Bertrand Tavernier
Jueves 11 de Diciembre
“Ascenseur pour l'échafaud” (1958)
de Louis Malle
Jueves 18 de Diciembre
“Shadows” (1959)
de John Cassavetes
Martes 30 de Diciembre
“Bird” (1988)
de Clint Eastwood
Martes 06 de Enero
“Thelonious Monk: Straight, No Chaser” (1988)
de Charlotte Zwerin
Todas las funciones comienza a las 20.30 horas, excepto la última que se inicia a las 21.30 horas y terminará con un presentación de Jazz.
La idea de Grandes Chilenos, la encontré chora el año pasado cuando empezó. Voté y todo. Cuando apareció la publicidad este año, enfrentando a Gabriela Mistral con Violeta Parra, o Lautaro con Arturo Prat, me hizo pensar en lo anacrónica y poco acertada de ésta. Poner personas de contextos diferentes, de tiempos distintos, de habilidades desiguales, a competir por ser el más grande, me perdonarán lo grave, lo encuentro una falta de criterio. Porque todos son grandes. ¿Qué es eso de poner a competir a artistas con militares y a creadores con políticos? Peras con manzanas para mi gusto.
En fin.
A pesar de esto, reconozco muy bien que con la compra de los derechos de esta idea original de la BBC, tendremos el importante aporte de diez documentales, realizados y conducidos por chilenos, lo que resulta hasta generoso en una parrilla programática tan pobre de creaciones nacionales de calidad.
Lo que me causa más curiosidad ahora, es que Arturo Prat, aún sin haber sido emitido el capítulo de su docu-defensa, esté encabezando el ranking. Ok, esto puede ser tomado como un juego, y claro que es lindo jugar, pero igual no deja de ser reflejo de nuestra idiosincrasia al menos un par de cosas.
En primer lugar, que gran parte de los elegidos de una larga lista, hayan sido personajes con la historia truncada (tal vez de ahí su calidad de héroes no?). Es decir, Víctor Jara, Lautaro y Manuel Rodríguez, asesinados. Salvador Allende y Violeta Parra suicidados por su causa quebrada e incomprendida. Alberto Hurtado y Pablo Neruda muertos por enfermedad antes de los setenta años (aunque la obra de ellos estaba avanzada para su muerte).
Y en segundo lugar, me llama la atención que quien encabeza la lista sea un militar. Un marino que desde que tenemos uso de razón nos inculcan como héroe nacional. Nadie sabe muy bien por qué. Sólo está inscrito por osmosis en nuestras cabezas, que él es el héroe por decir al abordaje muchachos y lanzarse al barco enemigo, lo que le costó la vida. 21 de mayo día de la glorias navales, Chile rinde honores a sus héroes y blablablá.
Al chileno le gustan los militares (y le han enseñado a que le gusten). Y si no son militares, le gustan los que hablan fuerte y golpean la mesa; y aún se considera que la historia chilena tiene que ver con eso: con combates, militares, guerras y frentes. Y no es que esté ajeno. Chile es un país políticamente constituido, por lo que su historia militar es PARTE de la historia, pero no es LA historia. Entonces me pregunto por la baja votación de próceres como Violeta Parra o Gabriela Mistral. Mujeres, nuestras, creadoras y compiladoras de lo más importante de nuestra cultura nacional.
Pero no. La palabra héroe, o grande, todavía está en nuestro inconsciente colectivo guardada para esa historia sesgada que aprendimos durante años en las escuelas, colegios y liceos chilenos. Para esa historia llena de batallas que nunca entendí. Y que aún ahora, ejerciendo el oficio de historiadora, me cuesta comprender a cabalidad.
A un país no le sirven los bototos y la espada, si no tiene alma. Y ese alma, también puede ser heroíca, grande y prócer. Eso es algo que a veces, hace falta recordar.
Para contar rápidamente la trama, se puede decir que trata de una oficina (con cara de hospital antiguo), en una gran casa con jardines interiores, deteriorada por el paso del tiempo, en el cual reciben nada más y nada menos que personas que han muerto recientemente. Pero no llegan ni dañadas, ni baleadas, ni sangrando. Para nada, llegan caminando igualito a cuando estaban vivos.
Esta institución (que tiene imagen corporativa y todo, y posee empleados con mucha paciencia a cargo), tiene la singular misión de hacer recordar a sus huéspedes, el momento más feliz de sus vidas, para de esta forma recrearlos y rodarlos de una manera adorablemente amateur. Luego de rodado, ese recuerdo será lo único que llevarán para el paso siguiente en su camino post-mortem.
La película es adorable. Tiene el ritmo pausado de quien no tiene apuro, ni siquiera porque los huéspedes sólo tienen tres días para decidir su mejor recuerdo. Sus personajes también son tan amables que es imposible no enamorarse de un par. En cuanto a la factura más “técnica” (si es que puede separarse del efecto que nos produce a nivel integral), acciones como el corte directo en las entrevistas a los recién llegados, o la inclusión de imágenes en vhs, con esa textura que sólo el vhs nos hace recordar, demuestra la fineza utilizada en recursos mucho más sensibles que artificiosos para hablar de la muerte.
A ratos, pareciera que estamos frente a un documental y no frente a una película de ficción, que por cierto se autocita a si misma, estableciendo rodajes enmarcados, al recrear los recuerdos elegidos por los huéspedes. Esta cita al documental se da principalmente por las naturalistas actuaciones de ciertos personajes. Por lo pausado de ciertas secuencias, por los cortes directos anteriormente mencionados, y por la realista dirección de arte del film
El misterio y la tensión de la película, lo pone un personaje que se reencuentra con aquello que más amó. Muchos, pero muchos años después.
Arriéndela y véala. No se va a arrepentir, se lo digo en serio.
Perdón que me ponga repetitiva con el tema, pero debe entender Ud. amable lector o lectora, que yo usaba lentes desde los cuatro años, sin interrupción temporal alguna.
Entonces, una cosa es acostumbrarse y sanar la herida ocular que me dejó el tratamiento lasek (harto más doloroso y complejo que el lasik), y otra cosa es acostumbrarse a que tu rostro cambió.
Y todos estos días no me gusta nada verme sin lentes (súmele Ud. que a mí los cambios me producen un rechazo natural. Si, sí, ya sé que los cambios son tan buenos a veces, pero bueno, es lo que hay).
Cuando me miro en el espejo en las mañanas, puedo decirle con toda sinceridad, que no encuentro nada extraño. En la intimidad de mi hogar era usual verme sin lentes. En la ducha y al dormir, eran las únicas instancias en que no los usaba. Pero el domingo recién pasado, fuimos con Marcel a subir los cerros del Cajón del Maipo a caballo (paseo que dicho sea de paso, recomiendo absolutamente, me escribe un correo, y le mando los datos), y cuando vi las fotos, no podía reconocer a esa que salía con la cordillera de fondo (que era yo, claro). Y no porque no vea lo suficiente, sino porque, ¿Quién es esa paliducha ojerosa sin lentes? Dije en un segundooo!
Esta semana tengo control. Y quiero que el Dr. Oftalmólogo me diga que tengo que usar lentes para el computador y para leer. Porque como cuando uno no puede desprenderse de lo que más ama, toma cualquier camino para aminorar el golpe. Aunque sea tenerlos ahí, y saber que se puede recurrir a ellos en caso de emergencia.
Con esto de mi operación a los ojos (que aún me tiene medio en tinieblas, y escribiendo este post con lentes de sol frente al computador), he tenido que ocupar mis días en escuchar y escuchar. Escuchar amigos que me llaman por fono para decirme que vea el lado amable, que estar en casa y a veces acostada, con el frío que hace en Santiago, es un regalo. Escuchar mis discos y pedirle discos a mi hermana para concentrarme sólo en los sonidos. Y escuchar mucha radio. Bueno, yo soy talibana de la radio. Considerando que no tengo cable (sí, parece que no, pero aún se puede vivir sin cable), escucho siempre mucha radio. Tengo cuatro programas que escucho prácticamente todos los días, y bueno ahora con esto del podcast, es más fácil aún.
Escuché el nuevo single de Teleradio Donoso “Amar en el Campo” y me gustó. Tanto que pienso ir a verlo (escucharlo más bien) este jueves. Me acordé de lo mucho que me gustó la canción y el video de su disco anterior “Eras mi Persona Favorita” (que levante la mano quien no se sonríe con la letra de esta canción!).
En una entrevista escuché que este video fue grabado con una cámara fotográfica, porque la textura era lo más parecido a una súper 8 que podrían tener. Videos con alma, dijo Franzani, parafraseando a Carlos Moena.
Lindo, lindo.
Este video, del nuevo single, es más clásico. Aunque no haré ningún comentario al respecto, porque, querido lector, veo bien como las berenjenas ahora, por lo que sería injusto Pero se los dejo para que escuchen la linda canción del disco que saldrá en julio.
Escuchar sin mirar. Las bondades de estas dos semanas en el mundo tinieblo-borroso-post-operatorio.
Ah! Me gustó el nombre del nuevo disco de Teleradio también: “Bailar o Llorar”
Tengo un recuerdo vago en una óptica del centro de Santiago, cuando tuve que elegir mis primeros lentes. Era un atado. Entonces no existían cristales orgánicos, ni tratamientos para hacerlos más livianos o delgados. No sólo mis cortos cuatro años eran un lío para conseguir anteojos, sino que mi diminuta nariz no sostenía ninguno que no tuviera determinadas características, para la escasa oferta presente.
Desde entonces, han pasado 22 años en que los lentes son parte de mi look, mi personalidad, mi encanto (o desencanto). Si bien es cierto que hay ocasiones en que molestan, por ejemplo cuando llueve, cuando cocinas y se empañan, cuando vas a la playa y no encuentras la toalla de vuelta, etc. llevo tantos años usándolos, que son como una extremidad más.
Entre los beneficios de usar lentes, se cuentan por ejemplo, que las mamás de las amigas, así como también algunas mamás de ex pololos, les han dado a mis lentes una categoría de "madurez" o "sensatez". Una cosa de lo más rara. Una amiga me dijo hace unos días: "Cuando usai lentes, y dices que te gusta Madonna, te miran súper raro. Yo desde que me operé, y me saqué los lentes, nadie me mira raro porque digo que me gusta el pop", jajaja!.
Bueno, la Shida dejó que la tecno llegara a sus ojos, y para evitar la dependencia absoluta de los anteojos, decidí o-pe-rar-me. Las opiniones a mi alrededor han sido de lo más diversas. Mi mamá dice que es bueno, porque claro, ella recuerda cuando los lentes se me rompían y yo no podía ni siquiera ir al colegio; ella sufrió, más que yo tal vez, en mi infancia, la invalidez camuflada que significa ser hipermétrope y miope a la vez.
Mis amigas dicen que me voy a ver rara, que claro, tiene beneficios como que ya no tendrán que acompañarme a bañarme a la playa cuando nos vayamos de vacaciones, pero que seré una especie de no-yo por un tiempo.
Mi novio me dice que perderé mi encanto intelectual. Y sí, sé que eso puede que pase, pero le respondo que menos mal que el intelecto lo llevo en la cabeza y no en los lentes!
Otro amigo me dijo lo mismo del look cool-intelectual. Luego le comenté a otra amiga sobre esta opinión, y me dijo algo muy cierto “¿Ellos usan lentes? ¿Saben lo que es despertarse y buscar tus lentes para poder ver el despertador? ¿Saben lo que es no poder usar lentes de sol en forma normal? ¿Saben que si un día se te rompen o te los roban, eres una lisiada?”
Le encontré toda la razón.
El viernes cuando fui a hacerme los exámenes para la operación, me aplicaron un sinnúmero de gotas en los ojos, que me mantuvieron las pupilas dilatadas por más de 24 horas. Ahí recordé lo molesto que era ver mal, y lo importante que es aprovechar la opción de poder sacarse los lentes después de usar el computador, y ponerte los lentes de sol que más te gustaron de una tienda.
Me muero de nervio por la operación igual, porque aunque sé que es un procedimiento por láser (no podrá ser con lasik, porque el doc dijo que tengo la córnea muy delgada (¡..!) ), el hecho que alguien te escarbe los ojos, no es menor.
Les cuento a la vuelta. Ahora me tengo que ir a echar gotas antibióticas. A propósito ¿Alguien sabe la técnica para autoaplicarse las gotas en los ojos? Yo he perdido la mitad del frasco tratando de hacerlo!
Cuando tenía catorce años, y peleaba con el tema de ser adolescente, en una pantalla de un mall mientras esperaba al amor que me quitaba el sueño entonces, vi este video, (con look nada más noventero hoy). Ahí decidí que quería ponerme un aro en la nariz.
Al parecer hartas personas más quedaron prendadas de esta canción y su melosa melodía, porque al buscarla en you tube me aparecieron cincuenta mil covers de las más distintas especies.
Con cientos de canciones más o menos rockeras y con más o menos distorsiones que ésta, he ido decidiendo quién quiero ir siendo por la vida.
Y mientras más potente ha sonado un acorde, más segura he estado del camino a elegir.
Uno elige sus caminos. La vida que quiere seguir. Con quien quiere estar al lado. A veces de manera bastante torpe e inconsciente.
Y yo he elegido.
Y me hago cargo de eso. Lo que no significa que haya veces que uno se canse de la actitud madura y corra a hacer pendejadas, que ni a los catorce hizo.
Que suene la música.
(Aunque mi problema nunca fue ni con dios, ni con la religión, ni con el papa).
El fin de semana recién pasado estuve en una viña en Curicó, en las grabaciones de una serie documental sobre vinos. No es la primera vez que visito una viña. He visitado otras, unas cinco o seis veces, ya sea por trabajo, estudios o vacaciones. Conozco medianamente el proceso de elaboración, y he visitado variadas cavas donde descansa el vino y otros licores, para obtener el producto deseado.
Sin embargo, esta vez me tocó profundamente el tema de la espera en la elaboración del vino Premium de la viña. Y no es casualidad. Me declaro una impaciente patológica, teniendo que aprender a la fuerza que aguardar, respirar hondo y tranquila, cocinar a fuego lento, no es un defecto proveniente de la pereza o la falta de acción, sino también de la sabiduría.
Aquellas barricas abrazan un futuro vino, en el cual se mezclan aromas, texturas, sabores, que serán embotellados un montón de meses después, y volverán a esperar su turno de salida un año más, antes de ser disfrutados. Sin esa espera, ese baile lento y silencioso en la oscuridad de la cava, no existe la excelencia.
¿Tan difícil es esperar?
¿Dejar que leude la masa, que repose el pan caliente, que el roble traspase su madera al vino, que fermente la fruta?
Al río nadie lo empuja leí una vez, cae solito, solo llega a rodear las paredes que lo contienen, sin que nadie le tenga que decir que debe correr para llegar primero.
¿Espera usted el siguiente tren en el metro? ¿O aunque no tenga ninguna urgencia pone el pie en el acelerador para llegar a toparse con un semáforo en rojo en la esquina?
¿Deja usted, amable lector(a), que los sabores, los aromas, el color de su vida, se mezclen para dar cuerpo a algo mucho más sabroso?
Un agosto de esos años,
La lloramos, la buscamos y extrañamos sus fugas furtivas a nuestra pieza en el segundo piso, cuando de madrugada se metía en nuestras camas y nos amasaba el pecho con sus garras.
Pero así era la vida, y así fue el ejercicio de aprender a despedir aquello que se quiere.
El tema es simple: mi mamá sabía que no debía contar lo de la niña. El problema es que se le olvidó que no debía contarlo nunca, guardarlo en un cajón y olvidar su hazaña de ir a dejarla al terminal pesquero. En eso de contar una aventura de nuestra niñez en una sobremesa familiar, el ego le ganó. Y el resultado, por muy verdad que fuera, no le fue auspicioso.