Durante más de un mes mantuve firme mi alusión a Drexler en mi nick de MSN. Ni hablar de todo lo que transmití y escuché al mismo desde que supe que vendría por fin a realizar ese concierto que en Santiago se estaba pidiendo.
Por fin ayer fue el día y, que suene cliché y lo que sea, pero de verdad fue mucho más de lo que esperaba.
Una puesta en escena precisa y preciosa, minimalista con cuatro pantallas que mostraban imágenes, una vez más, precisas y de gran calidad. Una banda compuesta con músicos de primera, quienes además gozaban de un fiato que se agradece en conciertos que no pueden durar toda la noche. Y duró bastante (dos horas y media aprox); siempre poco, eso sí, para los que coreamos felices canciones antiguas y nuevas de este compositor uruguayo, otorrinolaringólogo y gracias a dios, músico
Paulinho Moska no hizo más que completar la noche llena de sorpresas (como el hno de Drexler cantándole a la comuna de Peñalolén), y dejar la vara tan alta que es difícil volver a la vida real después de toda la magia.
A mí siempre me pasa por lo menos. Al día siguiente de un concierto en el que casi lloraste de lo lindo que estuvo, me viene la depresión post-concierto. Es que uno piensa de verdad que el grupo o cantante está cantándole a uno, más si hay una comunicación tan fluida con el público. Pero luego se acaban los bis, se prenden las luces y buuu sólo se le tiene de nuevo en la lista de reproducción del computador (bueno, yo grabé trozos del concierto, algo que me sirve de consuelo).
Pero bueno, también es por eso que se disfruta tanto... porque un buen concierto, como el de Drexler anoche en el teatro Caupolicán, nos deja siempre con la inquietud de seguir al intérprete y autor, hasta que vuelva a asomarse por estos lados. De verdad un lujo. Agradezco a Natalia y a Javier por la invitación.
Las fotos las saqué con mi superultra zoom electrónico jojojo, me cuentan si las usan.
Por fin ayer fue el día y, que suene cliché y lo que sea, pero de verdad fue mucho más de lo que esperaba.
Una puesta en escena precisa y preciosa, minimalista con cuatro pantallas que mostraban imágenes, una vez más, precisas y de gran calidad. Una banda compuesta con músicos de primera, quienes además gozaban de un fiato que se agradece en conciertos que no pueden durar toda la noche. Y duró bastante (dos horas y media aprox); siempre poco, eso sí, para los que coreamos felices canciones antiguas y nuevas de este compositor uruguayo, otorrinolaringólogo y gracias a dios, músico
Paulinho Moska no hizo más que completar la noche llena de sorpresas (como el hno de Drexler cantándole a la comuna de Peñalolén), y dejar la vara tan alta que es difícil volver a la vida real después de toda la magia.
A mí siempre me pasa por lo menos. Al día siguiente de un concierto en el que casi lloraste de lo lindo que estuvo, me viene la depresión post-concierto. Es que uno piensa de verdad que el grupo o cantante está cantándole a uno, más si hay una comunicación tan fluida con el público. Pero luego se acaban los bis, se prenden las luces y buuu sólo se le tiene de nuevo en la lista de reproducción del computador (bueno, yo grabé trozos del concierto, algo que me sirve de consuelo).
Las fotos las saqué con mi superultra zoom electrónico jojojo, me cuentan si las usan.