
Sábado, madrugada en Santiago de Chile. En un bar bailable la Dj quema los últimos cartuchos, para dejar un gusto dulce en una noche con (demasiado) hit noventero. Timbales, congas y un bandoneón; inconfundible, el baile prohibido, la lambada es lo que suena.
Comienza a operar Animal Planet en su máxima expresión: Los hombres ansiosos se movilizan en los costados de la pista de baile, ya que una canción que hace mover las caderas, siempre motiva más a las mujeres. En este bar suele haber cierto superávit de hombres, lo que no indica que todos sean heteros y disponibles. Pero para el recreo de la vista, se agradece.
Hombres apostados en las orillas de la pista comienzan rápidamente a buscar con la vista. Se me acerca un guapo. Un guapo que ya había visto antes. Que me miraba bailar hace un rato. Obviamente la lambada a esas alturas de la noche, después de horas de harto rock y hip-hop noventero, motiva el movimiento.
- "¿Bailemos?"
Todo indica que voy a decir que sí. Porque es guapo, porque se atreve a bailar lambada (el atrevimiento no es porque el baile sea prohibido en estos tiempos, sino que hay que saberlo bailar. Al menos tener una noción mínima de movimiento pélvico).
- "No, gracias"
Galán guapo retrocede. Entre un poco sorprendido, resignado y, en buen chileno, choreao. Toda la acción dura una fracción de segundo.
Me doy vuelta, miro al guapo y me pregunto cuál es la razón por la que le dije no.
Y sí. Las mujeres queremos bailar, tranquilas, solas, sin ser acosadas. Ya lo explico muy bien en este post. Pero en un esfuerzo empático, y reflexionando en el taxi de vuelta pensé que debe ser bien mala onda estar sacando a bailar, quien sabe si solamente con la intención de sólo bailar, y que te miren feo y te digan que no todo el rato. Terminado mi minuto empático, reafirmo mi gusto de bailar sola, con las amigas, o con el amigo de turno. Bailar con desconocidos (sobretodo lambada), reanima mi espíritu conservador y todavía soy capaz de escupir al cielo (hasta que ya sabemos lo que pasa...)