Estoy viviendo los últimos días de este año académico en
este cuarto. (El comienzo y fin de año en el hemisferio norte, es raro para un ente nacido y criado en el sur).
Miro alrededor y me veo multiplicada por todas partes. Los pañuelos buscando su espacio en la
puerta del clóset. Las imágenes
que me cautivaron esparcidas por la pared. La decena de cremas que disfruto en rituales diurnos y
nocturnos. Los papeles y libros
definiéndome en el mueble al costado del escritorio. El sinnúmero de tés sobre el refrigerador. La mesita de diario que me hizo tan
feliz compartiendo con los amigos.
Es una saudade intensa. No nostalgia, porque es feliz.
Estoy sintiendo la profunda felicidad de sentarme a
contemplar que eso que he querido tanto, aquí está.
El mapamundi frente al escritorio, abierto, esperando la
ansiedad juvenil de recorrerlo de punta a cabo. La exquisita inocencia de saber que tal vez no pueda
hacerlo. Pero aquí enfrente parece
tan recorrible…
Las penas y alegrías de estos meses inolvidables. De la nieve cayendo en los árboles
esqueléticos del Mountsouris, y la alegría sonriente de sus abultadas ramas
este verano. El teléfono sobre el
escritorio. Mudo testigo de
conversaciones incontables. Suena
a fetichismo de objetos. Y lo
es. Pero también es más que
eso. Es la representación de la
libertad para construir el cuarto propio.
Radio FIP sonando y rellenando
los cuatro costados de este cuarto.
La libertad de pelear por lo que más queremos.
Porque a eso venimos.
(Y la libertad de poder contarlo también).