domingo, septiembre 06, 2015

Milena

Milena –coincidimos todos quienes la conocimos- era muy especial. Abrazaba cactus, esos que nadie quiere tocar por miedo; irradiaba una luz que no es muy común encontrar. Fumó sin parar muchos años. Debe ser que debía equilibrar la sensibilidad extrema de una persona como ella, con la cantidad de durezas con las que hay que lidiar día a día en este mundo.  Milena se movía por amor. Por amor a la vida, a sus compañeros, a la música, a la realización de proyectos conjuntos. Y no había que conocerla mucho para saberlo.  No fui amiga íntima de Milena. La vida nos cruzó unas veces. Es por eso que no puedo siquiera imaginar el vacío que deja en sus más cercanos. Porque hoy cuando me enteré de su partida definitiva, me saltaron sin control las lágrimas. Y me pregunté por qué. Y revisé los correos que intercambiamos alguna vez para hacer unos vídeos que finalmente nunca llegamos a hacer. En su último correo me decía “No era el momento, ya haremos cosas hermosas, disfruta mucho París”.
Lo que sembró Milena germinó. En el alma de quienes se cruzaron con ella: amigos, cercanos, las decenas de músicos –entre ellos mi hermano- que recibieron su apoyo para seguir en el camino pedregoso que es dedicarse al arte.
Le pregunté a mi hermano por sus restos, siento una profunda necesidad de despedirme de ella, de decirle que la acompaño en este tránsito donde al fin descansará en paz después de una larga enfermedad. Pero mi hermano no sabe. Entonces le digo que prenderé una vela y pondré flores en su nombre.  Ella las recibirá donde esté. Porque así fue Milena, una luz que hoy sigue siendo parte del aire.
Ya nos encontraremos un día querida Milena. Para hacer cosas hermosas como tú me dijiste. Como todas las que tú hiciste en este paso por la tierra, haciendo de ella un mejor lugar para los que te rodearon ¡Bon voyage!

lunes, agosto 10, 2015

Infancia



La servilleta aceitosa-ambar-naranja en el bolsillo del delantal del colegio, por la sopaipilla enviada para la colación.

viernes, agosto 07, 2015

La lluvia y el Regreso del Río



Créditos del vídeo: Hugo Miguel Fernández Flores, publicado vía Facebook el 07.08.2015

Escribo esto mientras miro por mi ventana empañada la Cordillera de los Andes, también empañada, por la tormenta de lluvia y viento que en Santiago y varias otras ciudades de Chile ha sucedido desde ayer.
Antes que este milagro -que ya ha traído consecuencias porque las ciudades nuevas son hiperbólicas y sobre-reaccionan a una lluviecita de la que los sureños se ríen- estábamos ahogándonos.  Pero no sólo de contaminación.  Sino que -y lo conversé con varias personas- parecía que la falta de lluvia nos tenía ansiosos, medio deprimidos, medio histéricos a varios.  Y ahora, cuando escucho la lluvia cayendo en el techo, entiendo por qué.  Tuvimos que pasar una sequía para festejar la lluvia de esta forma.  Así somos los seres humanos. De memoria corta.  La lluvia hace que te quedes en casa si no es necesario salir.  Que converses un café caliente o una sopa con tu círculo en un lugar calientito. Que se te despierte la bondad por aquel que está pasando frío o se le está mojando la casa.  Hace que sobresalga nuestro ingenio para tapar goteras, arreglar filtraciones, descubrir cuál es el enchufe que está haciendo corte circuito (me pasé la tarde ayer averiguando esto).  Como si fuera poco, nos saca de las rutinas: se suspenden eventos, se corta la luz y estás obligado a leer ese libro abandonado, a prender velas, a conversar, o simplemente a dormir o mirar el techo.  Eso es lo que nos tenía así: nos faltaba la detención y el recogimiento al que te obliga la lluvia.
¿Cómo es que siendo habitantes de grandes ciudades hemos olvidado por completo nuestra conexión con la naturaleza? Ya sé que la pregunta es cliché y se debe estar escribiendo mil veces por minuto este mismo instante.  Pero no por cliché es una pregunta inválida o menos cierta.
Ayer en televisión mostraban archivos audiovisuales (L) como trayendo la memoria histórica reciente de "sí, en Santiago llueve, el río antes se salía y se llevaba casas, que era peor". Y un señor que vivía en el borde del Canal San Carlos (un canal que atraviesa Santiago de sur a norte), decía algo así como "El canal se porta bien conmigo para las lluvias.  Ahora si quiere salirse, se sale no más, y ahí es mejor arrancar".  Es lejos la frase más sabia que he escuchado en semanas.  Tiene la misma lógica de la pregunta que se hacía una machi (maestra espiritual mapuche) una vez que visitó Santiago: "La gente pasa por aquí (por el puente sobre el Río Mapocho) y nadie lo saluda".  La soberbia de nosotros los seres humanos no tiene parangón en la naturaleza.  Quien sólo usa lo necesario para enseñarnos cuánto nos pasamos del límite abusando de ella.
Fue este vídeo lo que me inspiró a escribir este post.  Lo subió Hugo Fernández.  Es de Cabildo, una ciudad de la quinta región de Chile; Un acierto maravilloso donde el río es recibido -literalmente- con los brazos abiertos de pura emoción (ya pueden ver lo seco que estaba ese paisaje).  Miren la simpleza.  Pareciera que el río los acariciara a todos.  A la tierra, a los amigos que salen a recibirlo y hasta parece que saludara a la cámara diciendo "¡Ya volví!" Sabemos tan poco amigos y amigas.  Comenzar cuesta poco.  Enterarse de la geografía del lugar donde vive por ejemplo ¿Qué ríos tenemos? Cultivar una plantita en el balcón para saber su reacción ante el sol, la lluvia, el ambiente.  Mirar la montaña, el mar, el cielo. Detenerse unos minutos. Disfrutar la lluvia.  La naturaleza no es ni nuestro supermercado, ni nuestra enemiga.  Somos parte de ella.  Nos abrazamos constantemente. Tal como este amigo salió a abrazar el regreso de su amigo el río.

miércoles, julio 08, 2015

Chile: cines, caceroleos y la búsqueda de la esperanza perdida

Un amigo me reclamó porque dice que lee mi blog y hace siglos que no publico.  Y es cierto.  Desde mi último post, cuando llevaba poquito tiempo de regresada a Santiago de Chile, ciudad en la que crecí y viví hasta que me fui a buscar rumbos nuevos a Europa por unos años. 
Entonces me puse a pensar en qué podría escribir.  Podría ser para odiar públicamente las cosas que sigo odiando de esta ciudad y este país en el que me siento luchando con gigantes de acero: nos estamos ahogando porque el plan de descontaminación de la capital se fue a la basura hace años, porque no hay aborto (ni siquiera si te violan), porque si tienes el pelo corto te tildan de lesbiana, porque cuando vas a una entrevista de trabajo te preguntan si eres casada, si tienes hijos, de qué colegio saliste, antes de fijarse que te has partido el lomo estudiando y trabajando en lugares en los que has aprendido mucho.  Podría también odiar las desigualdades de Chile.  Decir que hace una semana un grupo de señoras bien vestidas fueron a golpear la olla porque encuentran que la delincuencia les perturba la paz de los barrios en los que les cuesta tan caro vivir.  Golpearon la olla y olvidaron dos cosas: que golpear la olla nació como una protesta de mujeres que no tenían que echarle a la olla hace muchos años atrás, y que, en segundo lugar, el caceroleo de las señoras de clase más acomodada de Chile es el ícono más recordado de las protestas que derrocaron al gobierno de Salvador Allende en 1973.  Por lo tanto me parece un error, o al menos una falta de creatividad abismante, volver sobre esa misma forma de acción. 

Mejor hablemos de películas.  Con esto de los caceroleos ABC1 recordé ese diálogo de la película noventera de Orlando Lübert “Taxi para Tres”, donde el personaje de Alejandro Trejo le dice a los ladrones “¿Por qué no van a robarle a los que tienen? ¿Allá para arriba?” y entonces aparece la imagen de Gómez-Rovira desde la ventana del taxi, mirando hacia arriba los rascacielos de Sanhattan, camino a robar una casa de ricos chilenos.  Les va pésimo.  Porque son inexpertos.  Pero han pasado los años y la profecía de Lübert se cumplió.  El flaite chileno ya no sólo le roba a la vecina por angurriento de pasta base.  Hay una casta de ladrones que se profesionalizó (no hablaremos de las  boletas y la evasión tributaria aquí que da para otro post), y se atrevió a cruzar el cerco eléctrico, la Plaza Italia hacia arriba –bien arriba-, y el miedo de que el rico pudiera pillarlo.  Porque ahora le da lo mismo.  No tiene nada que perder.  Nada que no haya vivido antes: cárcel, penurias, maltrato, frío, oscuridad.  Entretanto, el barrio alto se llena de más rejas, y compra más cámaras HD, contrata más guardias –que llegan en micro a barrios que apenas tienen veredas para que caminen seres humanos-.
Otra película: Crónica de un Comité, ganador de FIDOCS el año pasado.  Asumo que no me gustó mucho.  La encontré poco prolija.  Pero es una buena crónica de esto mismo que estoy hablando.  Una crítica punzante a un sistema de mierda que nos tiene en silla de ruedas y tarde o temprano nos va a matar.  De hambre, de sed, de rabia, de pena.
Esto no es nuevo.  Claro que no.  Son imágenes repetidas.  Seguro uds. también pensaron en las señoras de lentes reclamando por los “comunistas asquerosos” en una secuencia de La Batalla de Chile de Patricio Guzmán.  O en la re-creación de lo mismo en Machuca de Andrés Wood.
¿Qué vamos a hacer? ¿Ir a tomar algo al café con piernas o hacernos un arreglito físico de mala calidad, ambas imágenes que aparecen en La Buena Vida del mismo Andrés Wood? ¿Darnos un balazo como alguno de los personajes de las películas de Larraín?  Puede ser.  O no. Es cosa de suerte o circunstancias. 
Busquemos otra película menos terrible.  Maite Alberdi ha llenado salas en todo Chile emocionándonos con este grupo de veteranas de La Once, que han sobrellevado lo mejor posible y con una dignidad maravillosa su vida y su vejez.  Les tocó vivir la época en la que las mujeres mejor que opinaran poco.  O nada mejor.  Cuando las infidelidades matrimoniales era mejor dejarlas pasar a favor de una vida estable y socialmente feliz.  “¿Qué prefieres tú?” –le pregunta una amiga a la otra- “¿Ser engañada, o quedar viuda?”.  Resulta tan chistosa como pasmante la pregunta, y la extrapolo a la sociedad en que estamos viviendo ahora: ¿Qué prefieren ustedes? ¿Seguir comprando y haciendo como si nada, o asesinar toda esa primera capa que oculta la podredumbre de una sociedad de seres abusados, corrompidos, desesperanzados?
La copa América fue ganada por seres humanos a los que Chile no les dio nada queridos y queridas.  La pelota fue defendida por un pitbull que le perdió el miedo a todo cuando le pusieron una pistola en la cabeza en una cancha en Conchalí.  Por un cabro chico de Tocopilla que no tenía por dónde salir triunfador.  Por un cabro que hasta el día de hoy choca su Ferrari porque la enseñanza de los límites le llegó tarde.  Cuando más cuesta aprenderla.
Pensaba en una película para terminar.  Pero no se me ocurre.  Porque la idea es terminar con algo esperanzador, y el chileno es pesimista por naturaleza (¡Cómo te extrañamos Raúl Ruiz!).  Tal vez esas películas nos falta filmar. Películas que hablen de la esperanza.  O que al menos se rían de todo esto. Que encuentren en la misma tragedia, la solución para no ahogarse en medio de tanto smog, clasismo, sectarismo, y todos los is(t)mos de esta removida y angosta faja de envidia. Como la llamó Joaquín E. Bello hace como cien años atrás.